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Intimidad

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Elena Gómez

Vivir con una gran dependencia significa perder muchas libertades. Y nada de lo que pueda ofrecer el Estado para compensarlo, llega ni de lejos a suplir estas carencias. Por eso, cuando alguien critica la discriminación positiva de la que somos beneficiarios, siempre le ofrezco cambiar su vida por la mía. Nadie acepta…

Uno de los mayores inconvenientes de ser dependiente es la ausencia de intimidad. Necesitamos cuidados constantes en todos los ámbitos de la vida, también en el privado. La higiene personal, la alimentación y las necesidades fisiológicas pasan siempre por otras manos que no son las propias.

No es fácil aceptar esta situación, y el mejor truco que existe es poner la mente en blanco. Nos vemos obligados a deconstruir nuestros prejuicios y a entender que si no fuera por esos auxilios, no podríamos sobrevivir. Una vez aceptada la necesidad de ayuda, desaparecen los tabús y ya poco importa que miradas ajenas contemplen tu desnudez a diario o que otras personas conozcan tus miserias incluso mejor que tú misma.

A pesar de ello, los seres humanos tenemos derecho a mantener intacta nuestra dignidad. De ahí que el movimiento Vida Independiente siga luchando para que nadie nos quite el poder de decisión sobre nuestros propios cuerpos. A pesar de ir en contra de todos los tratados internacionales, nuestra sociedad está conformada por un modelo médico-rehabilitador, según el cual debemos ser cuidados y atendidos de la forma en que crean conveniente los servicios sociales.

Llevo toda mi vida enfrentándome a ello, me niego con rotundidad a ser tratada como una simple paciente. Soy una persona con muchas capacidades que aportar a la sociedad y, por lo tanto, necesito asistentes personales que me ayuden a desarrollarlas, pero siempre del modo en que yo crea conveniente.

Afortunadamente, las personas que hoy en día están a mi lado me respetan y me apoyan en lo que necesito. Pero no todos los grandes dependientes pueden decir lo mismo: su situación económica, familiar o social no les permite evolucionar como personas adultas y se ven abocados a ser tratados como meros enfermos. Y así, además de renunciar a su intimidad no tienen más remedio que ceder también su dignidad.