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Javier Silvestre

Hace hoy 365 días publicaba una columna -que tuve que modificar hasta en tres ocasiones- titulada “¡Gracias!” donde me emocionaba ver cómo, de forma espontánea y tras conocer que íbamos a estar confinados en nuestras casas una buena temporada, los ciudadanos salimos a los balcones a aplaudir a los sanitarios. Pasó una semana, la más rara de nuestras vidas sin poder pisar la calle pero en un “Confinamiento Deluxe” lleno de comodidades. A mí, el encierro no me duró demasiado. Tuve la gran suerte de poder salir a trabajar para Informativos Telecinco y ver cómo “Volver a casa” se había vuelto una odisea para miles de españoles atrapados en el extranjero en una pandemia de dimensiones planetarias.

Había pasado un mes y las muertes de los ancianos en las residencias estaban tan disparadas que exigí que los responsables no quedasen “Impunes” (aunque a la luz está que no ha sido así). La pandemia se comenzaba a llevar por delante a miles de personas, pero en los medios preferíamos centrarnos en los aplausos en los balcones y en los sanitarios haciendo performances en vez de mostrar la cruda realidad. Estábamos haciendo “Periodismo garrapiñado”, no había duda. Un mes después del Estado de Alarma me di cuenta de que “La curva no existe” y que había una clara intención de deshumanizar a los muertos por la pandemia. 

Así que intenté aportar mi simbólico grano de arena luciendo, cada fin de semana durante mis conexiones ante el Palacio de La Moncloa, una “Corbata negra” en recuerdo de aquellos que habían muerto. Recibí muchos mensajes de familiares emocionados y agradecidos… También otros de gente cargada de odio ideológico, para qué negarlo. Dos meses después, el Gobierno decidió dejarnos salir a la calle de forma escalonada y comenzaron a verse imágenes de gente agolpada en las grandes ciudades. Todo era “Cuestión de perspectiva” ya que muchas fotos estaban hechas con una clara intención de manipular. Denunciar esto me costó interminables broncas en redes sociales. Quedó claro que exponer tu opinión y que la respeten se había convertido en una “Quimera 2.0”. 

Llegado el mes de mayo y desconfinados parcialmente llegó el “House of cards a la española” que aún vivimos. Los políticos nos demostraban que importaba más el cargo que nuestra propia salud. Así que tuve que “Contar hasta diez” antes de escribir las siguientes columnas, que hablaron de “El nuevo verano”, de cómo mi comunidad de vecinos se peleaba por abrir “La piscina” en tiempos de pandemia o de cómo íbamos a vivir nuestra primera “Vaquilla clandestina”. 

El agotamiento pandémico me obligó a alternar el monotema con otros más mundanos. Hasta que en agosto me contagié de Covid y, afortunadamente, lo único negativo que experimenté fue que estuve “Sin rastro de mis rastreadores”. Los negacionistas de “ReVelión en la Granja”, el “Turismo nasal” o “El negocio del Covid” iban marcando el paso de otoño, así como la indignación ante los botellones de los jóvenes que dejaban claro que el “Darwinismo en estado puro”, en nuestra sociedad, había fracasado a todas luces.

Las últimas columnas sobre la pandemia narraban cómo, para ir a Teruel en Navidad, me había sentido como los “Espaldas mojadas” de la frontera mexicana, añoré los “Bares, qué lugares”, que han formado parte de nuestras vidas incluso en tiempos del Covid y viví en primera persona las hordas de franceses que llegan a Madrid y a los que aún les damos la “Bienvenue”.

Ahora, “365” días después, releo cada columna y doy gracias por haberlo podido contar... Que no es poco.