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Competente Competente
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Raquel Fuertes

Suena el despertador. Das media vuelta y te arrebujas entre las sábanas. Lejos quedan los días en los que saltabas de la cama. Dispuesta a comerte el mundo. Ahora solo sientes que la pesadilla está a punto de empezar. Como ayer. Como cada día de lunes a viernes desde hace meses.

En la prórroga de nueve minutos hasta que vuelva a sonar fantaseas con llamar y decir que estás enferma, en presentar tu dimisión irrevocable, en poner las cosas en claro con esa persona que te hace la vida imposible y, finalmente, en lo que con toda probabilidad harás: resistir un día más. Y esperar que todo acabe como empezó. Sin darte cuenta.

Esos nueve minutos también dan para repasar lo que crees que has hecho mal. Porque, claro, no puedes evitar pensar en que tienes la culpa: relegada en tus funciones, con un superior que te ningunea, subordinados que te puentean y casi nadie cercano que parezca darse cuenta de lo obvio. Porque, efectivamente, no has entrado en luchas de poder, has dedicado los últimos años a trabajar lo exigible y bastante más. Has sido pionera y has conseguido logros de los que solo se alcanzan con esfuerzo y conocimientos. Y nunca has pedido nada.

Ni un aumento de sueldo, ni un ascenso, ni una palmadita en la espalda. Solo querías trabajar, hacerlo bien e impulsar tu empresa. Definitivamente, una persona competente. Sin ánimo de entrar en juegos de tronos. Sin deber nada a nadie. Y eso te ha hecho peligrosa. Has dejado tan en descubierto a los trepas incompetentes que ahora te encuentras así: sola en tu día a día. Soportando una presión que, finalmente, ha destruido cualquier barrera de protección emocional.

Y creías que a ti no te afectaban esas cosas. Nunca te habías metido en amistades de conveniencia ni alimentaste chismes ni hiciste frente contra supuestos enemigos fáciles. Mientras los demás se dedicaba a actividades que acaban corrompiendo cualquier organización, tú tuviste la osadía de dedicarte a trabajar y poner tu empresa en la vanguardia a nivel internacional.

No lo pienses más. Tu único pecado ha sido ser competente y cumplidora. Honesta, honrada y leal. Si no han sabido entenderlo, quizás sea el momento de tu rebelión. O de tu adiós. Te han hecho sufrir, pero, si te vas, te echarán de menos. Más que tú a ellos. Porque como tú no hay dos.