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El Efecto Proust El Efecto Proust

El Efecto Proust

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Javier Silvestre

Que un olor te transporte al pasado y te evoque recuerdos lejanos... La memoria olfativa es una de las menos estudiadas y, a su vez, una de las más incisivas cuando se manifiesta. Las conexiones neuronales que se producen cuando olemos algo y nuestra mente viaja años hacia el pasado se conoce como el Efecto Proust. Tan desconocido es este proceso que su nombre proviene de un escritor francés, Marcel Proust, que en En busca del tiempo perdido aprovechaba el olor de una magdalena mojada en un tazón de leche para construir el fashback olfativo más conocido de la literatura europea.

Es algo que hemos experimentado todos pero que, al menos en mi caso, se dispara en la primavera que estrenamos ayer. Este año, como todo últimamente, quizás sea diferente porque la covid-19 ha mermado mi capacidad olfativa parece que de forma permanente. Y es que el maldito virus me dejó sin poder oler durante meses. Ahora ya he recuperado este sentido aunque con un matiz: he dejado de percibir los olores que son desagradables. Y lo que podría parecer una ventaja se ha tornado en un problema.

Ocurre, por ejemplo, cuando abres la nevera y ves una bandeja de carne que lleva allí unos días advirtiéndote del riesgo de intoxicación si te la comes pero cuyo olor no percibes; o cuando una bocanada de humo de algún amigo se te cuela directamente en los pulmones porque no has notado que estaba fumando a tu lado; incluso te impide saber si tu fermentación intestinal puede equipararse a un agente químico nocivo para la salud de los que te rodean. 

No oler lo desagradable puede parecer una ventaja porque aunque estés sudado, tú no notas nada... Aunque a tu hermano adolescente le apesten los pies, tú puedes convertirte en su podólogo sin problemas… Eres capaz de mantener una conversación cara a cara con ese colega que está haciendo la dieta Keto sin tener que apartar la cara con cada bocanada de aliento. Yo prefiero seguir oliendo lo malo que tiene la vida.

Sin embargo, la pandemia está dejando a mucha gente sin la capacidad de oler nada de cuanto le rodea. Los científicos no entienden todavía a qué se debe esta merma olfativa, ni por qué regresa de repente y, como en mi caso, a medias. Algunos médicos han creado un kit para estimular la pituitaria que por 100 euros trae unos botes de esencias que hay que ir oliendo todos los días. En otros casos, se opta por inyecciones de cortisona, que parece que también funcionan.

Los olores, como el resto de percepciones que tenemos en la vida, aportan información vital en nuestro día a día. Y aunque luchamos por enmascararlos con ambientadores, perfumes y productos químicos, no hay nada como oler la vida plenamente. Oler la primavera, oler el romero en la plaza de España de Alcañiz en Semana Santa, oler un bebé que acaba de tomar leche materna, oler la pastilla de jabón de manos que trajiste del pueblo, oler jamón recién cortado, oler el salitre al poner el pie en el apartamento de verano, oler cada rincón de tu pareja, oler la suciedad en las calles en la Vaquilla…

Disfrutemos pues de cada olor que nos rodea, incluso de los malos, porque no se sabe cuando vendrá un maldito virus chino y nos dejará ciegos de narices. Sé de lo que les hablo.