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Juan Corellano

“Se lo hemos puesto más fácil al principio. Hemos confundido, a veces, que el esfuerzo ya no tiene que ser tan grande para conseguir méritos, y ellos se han acostumbrado. Y cuando les viene el primer escollo, la primera dificultad, se frustran enseguida”. Estas fueron las recientes declaraciones sobre los jóvenes por parte de la psicóloga Laura García en Televisión Española. Para sorpresa de nadie: se armó la mundial. 

Muchos de mis coetáneos apuntaron, no sin acierto, que su descontento y pesimismo se explica solo con ver la tasa de desempleo juvenil llegando al 40%, la peor de toda la Unión Europea. El drama de una generación que se ha merendado dos crisis y que no solo no puede comprar viviendas sino que apenas puede costear su desorbitado alquiler mensual. 

Sentar a varios señores y señoras de mediana edad en la tele pública a hablar sobre la juventud, sin plantearse siquiera preguntarle a esta cuál es su opinión sobre sus propios problemas… ¿Qué podría salir mal? Una perfecta ilustración, no obstante, de la brecha generacional que lleva a cada una de las partes a hablar de su libro y jamás sentarse a escuchar a quien tiene enfrente. El bucle sin fin de la España tertuliana, más preocupada por señalar responsables que soluciones. 

Porque, aun a riesgo de hablar desde la distorsión de quien goza de un trabajo con buena remuneración y condiciones laborales, los jóvenes también deberíamos mirarnos al ombligo. Aún recuerdo cuando, recién llegado a la carrera de periodismo, nos informaron de que habían cambiado la asignatura de economía, ya de por sí básica, para hacerla más sencilla. Habían tenido múltiples quejas de alumnos porque era demasiado complicada y, además, eso eran cosas de números en una carrera de letras. 

¿A quién señalamos entonces? ¿Al alumno que lo pide, la universidad que cede o los padres que inculcaron el ejemplo cuando fueron a quejarse ante el profesor del instituto porque al chaval no le llegaba la nota para entrar en la única carrera de entre las miles posibles que daría un supuesto sentido a su vida? “Mientras vivas bajo mi techo, harás lo que se te diga”, típica frase paterna. Verás el susto cuando nos demos cuenta de que lo importante del techo es tenerlo, y no quién manda bajo el mismo.