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¿Qué se esconde tras la máscara de la adicción? ¿Qué se esconde tras la máscara de la adicción?

¿Qué se esconde tras la máscara de la adicción?

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Grupo Psicara

Por Jessica Esteban Arenas

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. Esta semana y la que viene vamos a poner sobre la mesa una realidad que todavía, hoy en día, sigue siendo silenciada y estigmatizada: las drogodependencias, o también denominadas adicciones químicas o a sustancias.

 Antes de seguir con la lectura, me gustaría que te parases a pensar en una persona conocida que haya presentado problemas con las drogas. No hace falta que sea heroína o cocaína, ya que el alcohol, el cannabis o los medicamentos también generan consumos problemáticos. Probablemente a muchos de nosotros nos venga a la mente más de una persona, bien el señor mayor del pueblo que lo vemos hecho polvo, de bar en bar a todas horas, o tu primo mayor que desde la adolescencia consumió “de todo” y hoy ya no está con nosotros. Y ahora te pregunto: ¿podemos llegar a imaginarnos lo que vive una persona con un consumo problemático? ¿realmente sabemos lo que es una adicción? Todos creemos saber qué es algo hasta que nos toca definirlo, y todavía más cuando es un término tan extendido y utilizado en el lenguaje de la calle que puede hacer que no se valore en realidad la implicación o gravedad del mismo. Te invito a que me acompañes en las próximas líneas para conocer y mirar desde otro ángulo esta realidad.

 El consumo de sustancias es un problema de salud pública de alcance mundial que afecta a numerosos individuos. Se trata de un fenómeno universal que no entiende de sexo, edad, cultura, nivel económico o estrato social. Las estadísticas indican que aproximadamente 269 millones de personas en todo el mundo consumieron drogas ilícitas en 2018. Los datos también informan que, de las 35,6 millones de personas que sufren trastornos por el uso de sustancias, solamente 1 de cada 8 recibe el tratamiento necesario (UNODC, 2020).

 Pero… ¿cuándo se convierte el consumo de sustancias en un problema?

Imaginemos a Susana, una mujer extrovertida de 40 años, funcionaria, que vive con su pareja y su hija que acaba de empezar la educación infantil. Susana está viviendo una situación tensa en casa. Su pareja le ha pedido el divorcio y ella no entiende qué ha podido pasar para que quiera tomar esa decisión. Después de un día agotador en la oficina, los compañeros le proponen ir al bar de abajo a tomar algo. “Una y a casa Susana, prometido”. Susana se anima y les acompaña sentada en un taburete con una copa de vino tinto. Escucha la música de fondo, incluso empieza a mover su cuerpo a la vez que disfruta cada sorbo. Se beben la primera y deciden pedir otra ronda. De camino a casa, se siente relajada. Ese nerviosismo que sentía cuando se acercaba el fin de la jornada laboral había desaparecido y, durante el rato que había estado en el bar con los compañeros, no se había acordado de sus problemas matrimoniales. Se siente mejor para afrontar la convivencia con su marido. Está más tranquila.

 Este episodio relata un uso de alcohol en un momento puntual, en el que la sustancia proporciona efectos placenteros, ya que funciona como un refuerzo positivo: Susana ha consumido y se siente bien.  

 Las siguientes semanas, en alguna ocasión ha acompañado a sus compañeros al acabar la jornada, pero otros días ha decidido irse a casa para estar con la niña. Siguen pasando las semanas y Susana va notando que, cuando se toma las dos copas de vino, se siente estupendamente, llega a casa mucho mejor e incluso se ahorra las discusiones con su marido porque éste ya está en la cama. Pasado un tiempo, dos copas le saben a poco, y eso le lleva a quedarse sola en el bar para continuar bebiendo, una vez sus compañeros se marchan. Un día una compañera del trabajo, Manuela, se queda con ella para charlar y sacarle el tema de que tenga cuidado con el alcohol porque “engancha”, y le recuerda la experiencia que vivió con su expareja. A lo que Susana responde con rotundidad: “tranquila tía, yo controlo, sé hasta dónde puedo llegar. No te preocupes, de verdad, no me va a pasar como a Víctor que, por cierto, lo vi el otro día y, madre mía …”.

Sigue pasando el tiempo y Susana se bebe una copa de vino nada más despertarse, antes de preparar a la niña para el colegio, o antes de ir a una reunión con el abogado y su marido, incluso se ha llevado al trabajo un litro en el bolso para tomárselo cuando va al servicio. Está más nerviosa, físicamente se encuentra desmejorada y mantiene un estado de ánimo muy bajo desde que su marido se fue de casa unos meses atrás. Los compañeros de trabajo no saben cómo ayudarla, pero creen que la situación se le ha ido de las manos. Manuela le ha estado ayudando con la niña todos estos meses y ha vuelto a hablar con ella. Cree que no puede seguir así y se ha ofrecido para buscar ayuda juntas. Susana le ha confesado “necesito mi vino para funcionar Manuela, si no todo esto se me hace un mundo …”.

 Pasar del consumo esporádico a la adicción no sucede de un día para otro. Es como una cuerda por la que la persona va caminando y, sin enterarse, ¡zas!, ha caído. Ha caído hasta ese punto en el que la sustancia domina su vida y se vuelve imprescindible para poder funcionar en su día a día. Dedica la mayor parte del tiempo a pensar en el consumo, en su búsqueda, en su obtención, etc., prioriza esa conducta frente a otras que antes eran importantes para ella, pese a las consecuencias graves que eso le está acarreando y el malestar y deterioro que está viviendo. En ese momento, las drogas ya no le harán sentir tanto placer como al principio, sino que ahora el consumo cumplirá la función de reducir ese malestar, ansiedad, estrés, problemas familiares, económicos, soledad, etc. (lo que en Psicología se denomina refuerzo negativo, es decir, deshacernos de algo desagradable) y todos los elementos desagradables de la mochila con la que cada uno cargamos en nuestro día a día. Se habrá generado una relación de dependencia en la que cada vez el sujeto necesitará más cantidad para obtener los mismos efectos (tolerancia) y, cuando no esté disponible, su cuerpo y su mente manifestarán ese deseo de consumo mediante diferentes síntomas (síndrome de abstinencia).

 Por tanto, ¿cuáles serían las características que definen un comportamiento adictivo?

Podrían resumirse en las siguientes:

1. Deseo intenso por buscar la sustancia y consumirla (craving), especialmente cuando la oportunidad de llevar a cabo tal conducta no está disponible.

2. Persistencia en la conducta de consumo a pesar de las consecuencias negativas derivadas del mismo.

3. Pérdida de control sobre la conducta de consumo.

4. Malestar físico, psicológico y emocional cuando la conducta es impedida o se deja de hacer (abstinencia).

5. Graves problemas e interferencia en la esfera física y/o sanitaria, personal, familiar, laboral y/o social.

 El consumo te consume y arrasa con todo lo que se encuentra a su paso 

El proceso de adicción es un proceso de pérdidas y, en muchas ocasiones, esa es la alarma que activa la necesidad de buscar ayuda profesional. El tiempo de esta búsqueda de ayuda puede durar más o menos tiempo, dependiendo de la gravedad de las pérdidas. Lo que está claro es que la adicción a sustancias arrasa con todo lo que se encuentra en su camino y conlleva una serie de consecuencias en la vida de la persona consumidora a diferentes niveles: sanitario, profesional, económico, social, etc. Inevitablemente, esta problemática también afecta sobre el núcleo familiar, influyendo en la convivencia y la dinámica del hogar. Por este motivo, algunas estrategias de intervención incluyen a la familia, puesto que consideran que ésta tiene un protagonismo central en las dinámicas patológicas que generan, mantienen o son desencadenantes del origen de la adicción, como de sus posibles soluciones. De esta manera, se considera la intervención familiar como uno de los factores de éxito en la recuperación de la persona con problemas de consumo.

 

Las otras miradas en el camino: el tabú y el estigma

Todavía en pleno siglo XXI hablar de drogas, sexo o muerte parece que no es una tarea sencilla, sobre todo en algunas etapas de la vida como es la adolescencia. ¿Por qué nos cuesta tanto abrir ese cajón y poner sobre la mesa lo que hay dentro? ¿Quizá por miedo a que, al tratar esa información, la otra persona vaya a probarlo? La adolescencia es una etapa de experimentar y probar límites, y el desconocimiento y las prohibiciones no impedirán que los adolescentes entren en contacto con ellas. Al contrario, puede incrementar su curiosidad e inquietud, ya que pueden desconocer esta realidad o tener una idea equivocada. Entonces ¿qué podemos hacer? Está en nuestra mano concienciarnos, primero a nosotros mismos y después a la población infanto-juvenil (por ser la más vulnerable) sobre la gravedad de esta problemática. De este modo, nos aseguraremos de que tienen a su alcance la información necesaria para poder tomar decisiones de manera responsable.

¿Cómo se ve la adicción a ojos de la sociedad? ¿Se invisibiliza? 

¿De verdad el “yo controlo” funciona? 

¿Qué pasa en el cerebro de una persona consumidora para que la necesidad de consumir gane la partida al pensamiento racional de dejar de hacerlo? 

¿Se puede dejar de “ser adicto/a”?

En nuestro artículo de la semana que viene daremos respuesta a estas preguntas. Y tú, ¿te lo vas a perder?