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La discomóvil nació en Mora de Rubielos en los 80 con vinilos y luces sobre andamios de obra La discomóvil nació en Mora de Rubielos en los 80 con vinilos y luces sobre andamios de obra
Pedro Sancho Edo con la cuadrilla de Mora de Rubielos con los que comenzó a montar las discomóviles en las fiestas de los pueblos de la Sierra de Gúdar

La discomóvil nació en Mora de Rubielos en los 80 con vinilos y luces sobre andamios de obra

Pedro Sancho Edo registró la marca en 1985 tras probar estas fiestas en Gúdar-Javalambre
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Cruz Aguilar

Bailar a ritmo de discomóvil es algo que todos los menores de 60 años han hecho en algún momento a lo largo de su vida. Lo que muy pocos de ellos saben es que las primeras fiestas con tocadiscos y luces portátiles se disfrutaron en Mora de Rubielos y los pueblos de alrededor. Discomóvil es una palabra aceptada por la Real Academia de la Lengua, pero ya en el diccionario decano del español advierte que procede de la marca registrada Discomovil. La persona que la registró en el año 1984 –aunque no sería hasta un año después cuando se aceptó su solicitud– fue Pedro Sancho Edo, un ingeniero técnico industrial de Mora que empezó alquilando equipos de sonido al grupo de teatro del Centro Politécnico de Valencia y acabó con 45 personas contratadas para poner música en fiestas de todo tipo por la zona de la Comunidad Valenciana y Aragón. La empresa, al igual que la música, evolucionó y en sus 40 años de andadura ha sonorizado desde congresos en los que han participado jefes de estado de todo el mundo a conciertos de lo más variado –desde música clásica al pop de Miguel Bosé– pasando por espectáculos de la talla de los dirigidos por Bigas Lunas. 

La primera fiesta se realizó en Benetússer, pero ya la siguiente fue en el polideportivo de Mora de Rubielos ese mismo verano. “Era a comienzos de los años 80 y al año siguiente en las Fallas llenamos el Mercado de Abastos, un récord que hasta entonces tenía Ramoncín y que nosotros superamos”, relata. 

El equipo funcionaba con discos de vinilo que transportaban en cajas de un pueblo a otro. “Después de Mora empezamos a subir a San Agustín, porque uno de los técnicos se echó una novia de allí, luego vinieron Rubielos, Cabra y Alcalá”, enumera. 

“Teníamos dos platos e íbamos alternando vinilos”, relata el impulsor de este tipo de fiestas que pusieron patas arriba las verbenas de los pueblos, hasta entonces limitadas a las orquestas y las charangas. Ellos mismos se hicieron todo el material de la mesa de control, “incluso las estructuras”, dice Pedro Sancho. Comenzaron guardando los materiales en el almacén de una lavandería de Valencia que era de uno del equipo, pero crecieron tanto –al segundo año ya contaban con cuatro mesas– que pronto necesitaron una nave.

En la capital turolense también son muy conocidos y no solo por ocuparse de la sonorización de las Bodas de Isabel a lo largo de toda una década, sino porque ellos pincharon durante años en la peña El Ajo, todo un clásico de la Vaquilla turolense. “Al inicio de los Amantes sonorizábamos toda la calle para que se escuchara y los primeros inalámbricos que hubo en España se utilizaron en Teruel en Las Bodas”, relata. 

En esos primeros años de fiestas donde las luces se sujetaban sobre andamios de obra pintados de negro y se pinchaban discos de vinilo, la empresa se denominó directamente Discomovil, aunque algunos años después cambiaría el nombre por ADM Comunicación, siglas de Audiovisuales Discomovil “porque sonaba más serio”, reconoce Sancho, quien añade que la empresa sigue ahora en activo. 

“Discoteca móvil es la actividad, la marca es discomóvil”, apunta su impulsor, quien señala que en estos momentos ya no están en activo con la animación de fiestas, aunque sí con la actividad de comunicación. 

Gimnasio de Benetússer 

Recuerda que esa primera fiesta de Benetússer surgió porque había que montar el sonido en el gimnasio del colegio. “Me di cuenta de que eso funcionaba y decidí que ese verano probaríamos en Mora. Al volver a Valencia ya hicimos varias fiestas en diferentes sitios”, especifica. Las facultades valencianas se rifaban a Sancho y su equipo, que hacían sesiones de tarde y de noche. 

Para cada evento trasladaban focos, altavoces, las estructuras para sujetarlos, la mesa de mezclas y en torno a 400 o 500 discos de vinilo, que iban actualizando a medida que cambiaban las modas musicales. “Era todo igual que en una discoteca fija, pero la nuestra era móvil”, especifica.

Eso sí, cada montaje era muy laborioso por el volumen de los equipos y los de gran envergadura podían llevar toda una semana para su instalación. “Ahora se monta una hora antes, pero entonces era otra cosa”, dice.

La discomóvil se convirtió en la imagen de la modernidad y pronto fue ganando terreno a las orquestas. Los pinchadiscos se adaptaban al público y comenzaban poniendo pasodobles para que la gente mayor bailara, mientras que dejaban el pop y rock para el final de la velada. Cobraban 100.000 pesetas por un bolo (unos 600 euros), todo un negocio que pronto vieron los mismos representantes que llevaban a Pedro Sancho y su equipo, que montaron sus empresas musicales y de sonido.

Sancho también innovó a la hora de incorporar el láser, unos aparatos que eran el no va más en las discotecas y que “costaban 2 o 3 millones de pesetas cada uno”, dice –entre 12.000 y 18.000 de los euros actuales–. Fue en los últimos años de la década de los 80, cuando se quedaron la gestión de Tropical Universidad, un bar en la playa que poco después se convertiría en ACTV, una de las discotecas más conocidas de la Ruta del Bacalao. “A la 1 de la noche cerrábamos y a las 6 volvíamos a abrir”, recuerda ahora Sancho mientras gestiona su empresa desde Mora de Rubielos, donde nació y donde es el campanero de Nochevieja durante muchos años. “Damos los cuartos con una botella de butano y las campanadas con la paellera”, especifica.