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Elena Gómez

Está a punto de terminar el estado de alarma, aquel que nos parecía demasiado largo porque "para entonces" todo habría pasado. Dicen que al cerrar una puerta se abre otra, y yo lo único que veo es que se abre la veda. Si durante estos meses la relación entre las comunidades autónomas y el gobierno central ha sido un tira y afloja de competencias, ahora veremos las verdaderas brechas entre las distintas Españas.

Desde que comenzó la pandemia, hablamos de una guerra contra un enemigo invisible. Es cierto, pero el tema es mucho más complejo de lo que aparenta. Vivimos en una guerra de guerrillas, una especie de cebolla con múltiples capas que nos impiden ver el verdadero meollo del asunto.

Estado contra autonomías, China contra de EE.UU., populismos contra política moderada, izquierda contra derecha, conspiranoicos y negacionistas contra versiones oficiales, médicos contra virólogos, AstraZeneca contra Pfizer, juristas contra tribunales, redes sociales contra medios de comunicación, vacunas tradicionales contra vacunas génicas, policías de visillo contra incautos, jóvenes contra viejos, turismo extranjero contra el nacional… Además, la lucha por la supervivencia de las víctimas colaterales: hosteleros, pequeños comercios, operadores turísticos, trabajadores en paro, teletrabajadores, niños con una educación intermitente, habitantes de residencias de ancianos, y un largo etcétera.

En esta marabunta de batallas nada es lo que parece. No es solo el miedo por enfermar lo que provoca nuestra desorientación, una terrible sensación de inseguridad al ver que los pilares en los que se basaba nuestra existencia se están desmoronando uno a uno. Nos rodean demasiados fuegos y no sabemos por dónde escapar.

Sin embargo, nos queda un atisbo de esperanza. Estoy convencida de que la victoria contra el virus está cerca, a partir de ahí sólo nos queda reconstruir. Ahora ya sabemos que esto es una carrera de fondo, que este acontecimiento histórico va a causar profundos cambios en la humanidad. Por eso, es el momento de hacer de tripas corazón, procurar apagar una a una las llamas que nos rodean, resetearnos y comenzar desde cero, con todas las oportunidades que conlleva un renacimiento.