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Tu vida vale más que esas malditas drogas Tu vida vale más que esas malditas drogas

Tu vida vale más que esas malditas drogas

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Grupo Psicara

Por Jessica Esteban Arenas

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. En este artículo continuamos con el tema de la semana pasada: las adicciones a sustancias (si no lo leíste, puedes hacerlo accediendo a nuestro blog “El Rincón de la Psicología”, a través de nuestra web: www.psicara.com). 

 De la mano del silencio va la normalización y la estigmatización. A ojos de los demás, la adicción es difícil de comprender porque parece un acto de voluntad. Pero en realidad lo que esconde es un cerebro que ha cambiado, y el área encargada de los procesos lógicos queda anulada ante el deseo de consumir. Como se ha mencionado anteriormente, llega un momento en el que la persona consume, no por el placer que le produce, sino porque no sabe cómo afrontar la vida sin esa sustancia, aunque el grado de autodestrucción vaya creciendo a pasos agigantados. No son personas “viciosas”, “delincuentes”, “marginados” o se han “metido en ese mundo” necesariamente porque han querido. Son personas que al igual que tú, que yo y que todo el mundo, tienen un problema. Y su problema está relacionado con el consumo. Y es importante concienciarnos de esto porque la percepción que tiene la persona consumidora sobre el estigma relacionado con la dependencia a las sustancias conlleva una interiorización de esas características, prejuicios y etiquetas. Es como una losa que pesa, pesa mucho y hace que vaya arrastrándola en cada paso que da. Va cargada de consecuencias psicológicas como la culpa, la vergüenza, la rabia, el autoreproche, la ideación suicida, la destrucción de la autoestima o la autoeficacia, etc.; o consecuencias sociales como el desempleo o la exclusión social. Como resultado, las personas tienden a ocultar, a invisibilizar el problema y, por tanto, a retrasar la búsqueda de ayuda profesional, o incluso no llegan a solicitarla jamás.

¿Qué pasa en el cerebro de una persona consumidora para que la necesidad de consumir gane la partida al pensamiento racional de dejar de hacerlo?

La mayoría de nuestras celebraciones van acompañadas de una reunión social, con un menú exquisito y con diferentes botellas de alcohol encima de la mesa. Es una práctica bien vista brindar con champán en fin de año o regalarle a nuestro tío Carlos una botella de ron por su cumpleaños. El consumo de alcohol está aceptado y normalizado socialmente y, por ello, en muchas ocasiones restamos importancia al consumo problemático. ¿Qué pensarías si llegas a la comida familiar y encima de la mesa, además de haber vino, cerveza o sorbete, hubiese cannabis, cocaína o heroína? Probablemente nos sorprendería y pensaríamos “¿quién ha puesto eso ahí y de dónde lo ha sacado?”.

Todas las drogas activan en nuestro cerebro el sistema de recompensa, el cual se encarga de perpetuar aquellas conductas que nos proporcionan placer. A su vez, se aumenta la liberación de dopamina en el núcleo accumbens. Muy bien, pero ¿qué quiere decir esto? Partamos de la base de que gran parte de nuestros comportamientos están regidos por las consecuencias positivas o negativas que tiene una acción sobre nuestra supervivencia. De esta manera, la información de diversas partes de nuestro cerebro se integra en este pequeño núcleo accumbens y cuando estamos delante de una situación que es buena para nuestra supervivencia (p. ej.: comer, dormir, tener sexo, etc.), se encarga de liberar dopamina. La dopamina participa en múltiples funciones, entre ellas la del placer. Para que lo entendamos mejor, funcionaría como un letrero fluorescente que le dice a nuestro cerebro “esta situación está guay, es importante para la supervivencia”, “esto me gusta, sigue haciéndolo”. Es decir, funciona como un reforzador que nos lleva a repetir esa conducta. ¿Qué hacen las drogas en nuestro cerebro? Muy sencillo, imitan a estos reforzadores naturales para producir el mismo efecto: aumentar la dopamina y experimentar esa sensación de placer. En ese momento, nuestro cerebro, que es muy sabio, aprende que consumiendo esa droga se siente muy bien.

Entonces, ¿todas las personas que prueban una droga desarrollan una adicción?

No es tan simple. El desarrollo de una adicción es un fenómeno multicausal en el que interaccionan varios factores entre los que se incluyen: por un lado, la vulnerabilidad biológica con la que contamos cada individuo; por otro, la influencia del ambiente, el entorno social y los factores estresantes; y, por último, nuestras propias características personales y experiencias vitales. Además, cabe destacar que, en la mayoría de los casos, la adicción es la manifestación de que otras áreas de la vida del sujeto no están funcionando adecuadamente. Para ilustrarlo de otro modo, podríamos establecer el símil con un iceberg: lo que vemos desde tierra es la punta del bloque de hielo, donde se situaría el consumo problemático de sustancias. Por debajo del agua se situaría todo aquello que a simple vista no podríamos percibir, es decir, otros problemas relacionados con el consumo (pueden ser causa o consecuencia) como, por ejemplo, dificultades económicas, sociales, familiares, laborales, inseguridades, baja autoestima, soledad, presión o duelo, entre otras muchas. Por este motivo, es fundamental conocer la historia de cada persona antes e indagar en esas áreas disfuncionales, con el objetivo de producir un cambio en ellas, de manera que el síntoma (adicción) mejore.

Así lo recoge este testimonio de Giovanna Valls, una mujer que vivió durante años con problemas de consumo y, tras recuperarse, escribió “Aferrada a la vida: Diario de un renacimiento”:

“[…] pasé de ver películas en blanco y negro llenas de luz, pasé de reír y sonreír, porque me encontré cara a cara, con veinte años, con una droga, la heroína. Después de un enamoramiento que me hizo mucho daño, me quedé frágil y un día, un día vacío en casa de unos conocidos, me propusieron esnifar una raya […]. Era heroína, y yo era una ingenua. Me cambió el carácter, me rompió por dentro. Los que me querían no tuvieron culpa de nada, se toparon con una realidad francamente difícil de curar en quince días”.

¿Es posible rehabilitarse?

Las investigaciones neuropsicológicas realizadas hasta la fecha apuntan a que el cerebro es capaz de recuperar un porcentaje de funciones perdidas a causa del consumo de drogas, debido a una característica fundamental llamada neuroplasticidad. Entonces, ahora que sabemos que nuestro cerebro es capaz de rehabilitarse (en parte), ¿será cuestión de abandonar el consumo y esperar que pase el tiempo para que una persona esté rehabilitada? Temo decirte que la mera abstinencia no implica la recuperación, sino que es el primer paso del abandono de la adicción. Como se ha mencionado unas líneas más arriba, la adicción es multifactorial y puede ser causa o consecuencia de otras problemáticas. Por este motivo, es fundamental realizar un proceso terapéutico en el que trabajar (además de la abstinencia) la dependencia psicológica que generan las drogas, el estilo de vida y el funcionamiento del individuo en las áreas importantes de su vida, dotándole de herramientas y estrategias de afrontamiento adaptativas, en las que el consumo no sea la manera de gestionar sus emociones y afrontar la vida.

 Si te encuentras en este callejón de autodestrucción pide ayuda, hay salida. Existen entidades como, por ejemplo, Proyecto Hombre, que cuentan con profesionales apasionados que desempeñan una gran labor y estarán encantados de tenderte la mano para salir del pozo. Cuando tienes un monstruo que te persigue, es difícil deshacerte de las cuerdas que te atan a él y escapar. Dejar el consumo implica sufrir, pero te mereces darte la oportunidad de vivir la vida que tú decidas…

Porque tú, porque tu vida, vale más que ese litro de vino, esas pastillas, ese canuto o ese maldito polvo blanco.