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Balas y tomates Balas y tomates

Balas y tomates

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A.M.

Recuerdo perfectamente el día en que Vox hizo su acto de apertura de campaña en Vallecas y los gravísimos incidentes no abrieron los informativos de casi ninguna cadena pese a que se estaban produciendo casi en directo. Recuerdo discrepar con el criterio de mis colegas porque yo no habría tenido dudas en que los altercados, que estaban pasando en ese momento y con imágenes impactantes,  debían de abrir el informativo de la noche. Días más tarde me contaron que las cadenas no querían entrar “en el juego” del partido de Abascal: usar la provocación para generar incidentes y tener cuota de pantalla.
Sin embargo, este viernes nos encontramos con que la espantá de Pablo Iglesias del debate de la Cadena Se abría absolutamente todos los informativos como si del 11-S se tratase. Y no digo que no fuera para arrancar con gancho un informativo, pero entendí que la vara de medir no es la misma para todos los partidos y que todo fue un lamentable teatrillo con fines electoralistas muy peligrosos.
No soy nada fan de Vox, ni de sus postulados. Pero de lo que reniego absolutamente es de esta dictadura que se nos quiere imponer bajo el axioma “intolerancia contra los intolerantes” o “los fascistas no tienen cabida en nuestra democracia” que abandera la izquierda. Cuando alguien me dice eso, intento entender cómo puede haber formaciones políticas que no condenan el terrorismo vasco o que apoyan abiertamente agredir a las fuerzas del orden o que, simplemente, animan a limpiar con lejia las calles por donde pasan los que no piensan como ellos... Y cómo contra estos intolerantes hay tanta tolerancia.
Y entonces me pregunto si deberíamos prohibir también a todos esos partidos que incitan al odio, apoyan algún tipo violencia, mienten al ciudadano y roban a manos llenas. Nos quedaríamos prácticamente sin formaciones políticas en este país. Quizás entonces la solución no sea prohibir sino rebatir. Y si estos partidos llegan a gobernar porque así lo deciden los ciudadanos, pues que lo hagan. Esa es la verdadera Democracia, más que nos pese.
Eso sí, no hay mejor antídoto contra el populismo y los extremismos que llegar al poder. Sus argumentos grandilocuentes se vienen abajo como un castillo de naipes en cuestión de semanas. Le ha pasado a Unidas Podemos que, al entrar en el Gobierno, no ha podido aplicar sus recetas para la clase obrera ni de lejos... Y le pasará a Vox cuando toque moqueta en Madrid (si es que llega a hacerlo).
Tanto Pablo Iglesias como Rocío Monasterio sabían lo que hacían cuando protagonizaron la escena más bochornosa (una más) de nuestra clase política en los últimos días. Y que el resto de candidatos tardasen casi una hora en decidir abandonar el debate (eso sí, muy indignados) ya deja claro que todo se reduce al postureo tras ver el lío en Twitter. Y demuestra que los ciudadanos les importamos un bledo. 
Eso por no hablar de que me parece igual de ruin dudar de unas amenazas de muerte con balas, que decir que alguien ha simulado con tomate la sangre de una pedrada en la cabeza. Pero a este punto hemos llegado, señores... Al punto de no podernos creernos nada de unos políticos sin escrúpulos, que actúan como pandilleros y que transmiten un mensaje a la ciudadanía tan peligroso como antidemocrático: que hay una violencia que está justificada si se ejerce contra el contrario, pero que es un ataque a la libertad si la misma violencia es contra los míos. Las consecuencias de este discurso tan irresponsable ya las vamos viendo a diario e irán a más.
Eso por no hablar del papel de los medios en todo este show donde el moderado no sale en la foto. Así que convertimos la política en Tómbola, que es lo que nos da audiencia (e ingresos). Una hipocresía mediática que explota el cuerpo a cuerpo para reprobar la violencia minutos después y sin pestañear. Un circo en toda regla en el que todos ganan excepto el ciudadano que ya no es capaz de discernir entre balas y tomate.