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Hoy quiero confesar Hoy quiero confesar

Hoy quiero confesar

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Javier Silvestre

El buen tiempo me revuelve por dentro. Llega por fin el calorcito, la manga corta, el dormir con la ventana abierta y el jazmín de la terraza estallando con todo su olor. Durante toda la semana, mi lista de reproducción de Spotify ha cambiado radicalmente y sólo suenan temazos que me trasladan a la playa, al verano y al bailar descalzo en un chiringuito al atardecer. El agotamiento pandémico ha mutado en la imperiosa necesidad de recuperar aquello que perdimos hace más de un año: la libertad.
Hace unas pocas horas que hemos vuelto a ser más libres. Acabó el Estado de Alarma que nos decía a qué hora podíamos salir de nuestras casas, con cuántos conocidos podíamos tomar un café e incluso a quién podíamos meter en nuestros dormitorios. Han sido seis meses en los que hoy quiero confesar...
Que me he saltado las normas más de una vez: he viajado a zonas perimetralmente confinadas, he estado en espacios cerrados sin llevar la mascarilla puesta constantemente, he acabado rematando un par de noches con mis amigos en sus casas y me he saltado el toque de queda para volver a casa en más de una ocasión. 
Y quiero confesar que transgredir las normas tenía un punto emocionante. Era regresar a la juventud perdida y encararse con la autoridad por el placer mundano de sentirse vivo.
Siempre sostengo que hay que ser consecuente con lo que se hace. Que el ciudadano es suficientemente maduro para tomar sus propias decisiones y asumir, eso sí, las consecuencias de sus actos. Y por eso también confieso que jamás he puesto en riesgo a la gente que más me importa: a mi padres. Tests de antígenos, confinamientos voluntarios preventivos, distancias de seguridad al extremo… porque sabía lo que me estaba jugando: su salud, no la mía. 
Porque yo ya pasé en agosto el maldito Covid-19, afortunadamente sin ningún tipo de síntoma. Y hoy quiero confesar que haberlo superado me generó una falsa sensación de estar protegido, de que la pandemia ya no iba conmigo. La verdad es que esta seguridad no es real, porque hay reinfecciones, porque hay variantes y mutaciones que pueden darte un susto. Pero la razón y la irracionalidad humana suelen ir de la mano.
También quiero confesar que para mí, la pandemia ha sido algo que he contado por la tele, algo que he sufrido de oídas. Porque afortunadamente, no se ha cebado con nadie cercano, ni con mi familia. Habrá quien piense que soy un tipo con suerte (que lo soy y con mucha). Pero creo que, además, he sido responsable con mis actos y no he antepuesto una caña a ver a mi familia al día siguiente. De eso va la libertad que tenemos por delante a partir de hoy.
Mientras escribo estas líneas me preparo para la primera noche sin toque de queda en Madrid. Se espera que sea una madrugada con miles de personas en las calles y plazas en la que los lateros harán su agosto anticipado. Y hoy quiero confesar que yo estaré ahí: saboreando las plazas, sintiéndome un poquito más libre por fin, imaginándome de aquí a unas semanas en una playa del mediterráneo con los pies descalzos. Y cómo no, contando las horas para poder abrazar a mis padres sin miedo, una vez hayan recbido la segunda dosis de sus vacunas.
Abrazaremos esta explosión de libertad con cierto descontrol los primeros días pero hay que ser prudentes. Disfrutemos hoy de lo que el virus nos arrebató. Paladeémoslo. Pero no olvidemos la lección y seamos responsables. Porque la libertad es algo que nos pueden arrebatar con demasiada facilidad. Ahora más que nunca, esto promete...