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Y seguir Y seguir
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Raquel Fuertes

No sabes desde cuándo parece que tu alma arrastra tus pies. La mirada, baja o perdida. Nunca al frente. Nunca desafiante. Nunca curiosa. De hecho, has perdido la cuenta de cuándo empezaste a, simplemente, sobrevivir.
Noches eternas que te llevan a amaneceres en los que el agotamiento y el miedo a lo que te espera fuera te hacen salir tarde de esa cama con la que llevas horas peleando porque no consigue hacerte dormir. Al menos no sin pesadillas.
Te has acostumbrado a vivir con tanta oscuridad que eres capaz de encontrar todos los matices del negro. Todos excepto los que brillan. De hecho, te empieza a resultar cómoda esa oscuridad porque no te pide nada más que que te dejes llevar hacia un lugar cada vez más profundo, sin resquicios de luz, donde dejarte morir.
Morir. Llega un día en el que esa palabra ya no te asusta, sino que te produce sensación de consuelo, paz, refugio… Tal vez a ese lado se encuentre esa luz que has perdido en este. Y, en cualquier caso, piensas que si no hay ni luz tampoco habrá soledad ni sufrimiento. No tienes a quién contarle nada de esto así que esa idea tan descabellada no encuentra reprobación y eso te reafirma en que nadie notaría tu ausencia. Tu vida no vale nada, piensas.
Sin embargo, llámalo azar, llámalo destino, os cruzáis un día. Hace tiempo que no os veis, pero ha conseguido reconocerte a pesar de tu andar fatigado y tu mirada al infinito. No puedes evitar una sonrisa, el primer resquicio para dejar pasar la luz a ese interior atormentado.
Habláis un rato. De nada en particular. O de todo, en general. No sabes qué ha pasado exactamente. No sabes a qué te estás agarrando. De hecho, te cuesta más mantener ese mínimo de alegría que seguir rodando cuesta abajo hacia la negritud.
Pero decides agarrarte. Y seguir. Y le llamas. Y quedáis. Y le cuentas sobre tu soledad. Sobre lo complicado que es mirar hacia adelante cuando no tienes a nadie que te acompañe y cuando no crees en ti. Y qué fácil parece morir cuando cuesta tanto vivir.
Se sorprende, quizás, pero menos de lo que supones. A fin de cuentas, todos conocemos la oscuridad. Te escucha. Entiendes que, aunque cueste, vale la pena. Con luces, grises y negros. Pero así es la vida. Y decides seguir.