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Agosto Agosto
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Elena Gómez

Agosto ha terminado y con él se esfuma también la dulce certeza de que el mundo se suspende durante las vacaciones. Yo, que me había prometido un mes entero dedicado a la contemplación, me encuentro con que he acumulado una lista de noticias que haría sonrojar al mismísimo Apocalipsis.

En mi ausencia, España ardió. No en sentido metafórico ni poético, sino en el más literal de los sentidos. Las llamas han dejado tras de sí humo, dolor y la sospecha de que quizá las palabras “emergencia climática” se nos están quedando cortas.

Tampoco ayudó la triste muerte de Javier Lambán. En cualquier otro mes, su despedida habría ocupado con justicia la primera línea de todos los informativos, pero en agosto, ya se sabe, los titulares compiten con las fotos de atardeceres en Instagram.

Más allá de nuestras fronteras, Putin y Trump decidieron verse e intentar, una vez más, repartirse el pastel sin contar con el resto de comensales. Confieso que observé el encuentro desde la distancia con la misma mezcla de incredulidad y resignación de siempre.

En Gaza, la tragedia avanzó con precisión burocrática: fase 5 de hambruna. Literalmente, la gente se muere de hambre, un recordatorio cruel para los que creemos que el mundo puede mejorar con algo más que comunicados solemnes de la ONU.

Y por si todas estas tragedias globales fueran poco, en Teruel continúan las obras de la Avenida Sagunto. A veces pienso que esto es, en realidad, un experimento sociológico: demostrar cuánto puede soportar una ciudad sin perder la compostura.

Ahora regreso, habiendo cumplido un año más, con un premio literario bajo el brazo y con la conciencia apenas tocada por el remordimiento de haber ignorado la actualidad durante semanas. Quizá debería sentirme culpable por no haber escrito sobre todo ello. Pero no nos engañemos: nada habría cambiado. Mi indignación se habría perdido entre titulares fugaces y debates en las sobremesas. Al final, lo que queda es esta constatación amarga y cómica a la vez: el mundo no se detiene, aunque estemos de vacaciones. Qué injusticia.