Síguenos
La coherencia, un valor silencioso  y recuperable La coherencia, un valor silencioso  y recuperable

La coherencia, un valor silencioso y recuperable

Lo que sí podemos hacer es mirar con honestidad la distancia entre lo que creemos y lo que hacemos
banner click 236 banner 236
Tomasa Calvo

Cada día me cuesta más escuchar algunos discursos, no por falta de interés en la vida pública, sino por esa sensación, cada vez más extendida, de que existe una brecha incómoda entre lo que se proclama y lo que se practica. Y creo, sinceramente, que ahí reside una de las mayores inquietudes de nuestra sociedad: la necesidad de coherencia.

No me refiero a la perfección ni a la pureza moral, conceptos que no son propios de la naturaleza humana. Me refiero a algo mucho más sencillo y, a la vez,  más exigente: la coherencia entre los valores que se dicen defender y las decisiones que se toman en la vida real. Esa congruencia honesta entre palabra y acción que, cuando existe, genera respeto incluso en la discrepancia.

Actualmente, la confianza está más erosionada, no tanto por el error, sino por la  incongruencia reiterada. Resulta fácil comprender la equivocación; lo que desconcierta es la falta de rectificación, la doble vara de medir, la facilidad con la que se exigen sacrificios que uno mismo no está dispuesto a asumir. En ese desajuste cotidiano se cultiva la desafección, el escepticismo y, lo que es peor, la resignación.

La coherencia no hace ruido. No suele ocupar titulares ni protagonizar debates encendidos. Es discreta, constante, casi silenciosa. Pero esa constancia es precisamente lo que  la convierte en el fundamento de la credibilidad. Cuando se actúa conforme a lo que se predica, incluso cuando no se obtiene beneficio alguno, se genera algo raro y valioso: confianza. Ésta hay que ganarla.

Esta reflexión no se dirige únicamente a quienes ocupan espacios de poder. También nos interpela a quienes observamos, opinamos y exigimos. No podemos aspirar a una vida pública íntegra mientras normalizamos pequeñas incoherencias en lo cotidiano. La ética no puede ser solo una demanda hacia afuera; también es un ejercicio personal interno.

Por eso pienso que recuperar la coherencia no es solo una cuestión política, sino cultural y personal. Significa volver a considerar que las palabras tienen peso, que los compromisos obligan y que los valores no son una herramienta de marketing, sino una guía de vida. Significa entender que la credibilidad no se decreta: se construye con actos, día tras día.

Aunque no podamos transformar de golpe las estructuras, lo que sí podemos hacer es: mirar con honestidad la distancia entre lo que creemos y lo que hacemos. Porque tal vez sea ahí, en ese gesto silencioso y cotidiano, donde comience la verdadera regeneración.