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Aquí, no siempre hablando se entiende la gente Aquí, no siempre hablando se entiende la gente

Aquí, no siempre hablando se entiende la gente

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Fernando Jáuregui

Hola. Empiezo hoy ilusionadamente una colaboración periódica en este diario. Titulo mi colaboración bajo el cintillo genérico de Cien Palabras. Perdón por hablar de mi libro (nunca más lo haré), pero El Cambio en cien palabras es el título del último que he escrito y que presento esta tarde en la Sociedad General de Autores de España. No es que el Cambio y los cambios múltiples que experimentan ahora nuestras vidas pueda limitarse apenas a un centenar de palabras, claro: las transformaciones llegan a todos y cada uno de los actos que definen nuestra cotidianeidad. Todo ahora es mudanza.

Siempre he creído que, como dijo el rey Juan Carlos cuando aún era escandaloso que se entrevistase con un republicano catalán, “hablando se entiende la gente”. Claro que luego le espetó a cierto energúmeno aquello de “¿por qué no te callas?”. Me quedo con el primer emérito, porque pienso que jamás hay que hacer callar ni siquiera a quienes gustosamente nos reducirían, si pudieran, al silencio perpetuo. Las palabras deberían servir para unir, como los parlamentos para parlamentar. Algo muy malo ocurre en el corazón de un país en el que el jefe del Gobierno llama mafioso al líder de la oposición y, a su vez, es calificado por esta de capo. O cuando la sede del parlamentarismo solo es una Cámara de discursos llenos de palabras banales y hostiles.

Mal asunto también si las palabras se utilizan dolosamente, como cuando se habla tanto de democracia para en el fondo minimizarla, o de Constitución para, en realidad, incumplirla. Aquí, lo que se dice en los discursos tiene una doble connotación, se emplea para ocultar maniobras orquestales en la oscuridad. El insulto se ha convertido en santo y seña de la surrealista política española y la doblez degenera en términos negativos, como iliberal o inveraz.

Debería ser al revés: el progreso habría de aportarnos inéditas posibilidades orales. El Cambio nos trae nuevas palabras para precisar nuevas realidades. Propuse al presidente de la Real Academia que declarase algoritmo como palabra del año. No me ha hecho, hasta el momento, demasiado caso, pero él sabe perfectamente el valor, la riqueza, de cada palabra que se incorpora a nuestro patrimonio. Y nosotros hemos de empezar a considerarlo también: no somos dueños de nuestro silencios y esclavos de nuestras palabras. No: somos, en realidad, siervos de nuestras demasías verbales, de nuestros exabruptos, y aquí somos, ay, pródigos en tales cosas.

Y lo peor de todo, por supuesto: cuando, como me ocurre a mí ahora, tantas veces nos quedamos sin palabras, ni cien ni ninguna, para expresar la increíble situación en la que estamos.