Concejadas, peonadas o jornal de villa. Una forma de trabajo comunitario para arreglar cosas que, de otra forma, no se podían atender. Se hacían así diferentes actuaciones, como el arreglo de ermitas, la limpieza de acequias o de caminos después de las tormentas. Eran una forma de aportar a la comunidad y acudían todos los que podían y, en el caso de los edificios religiosos, los que, además de poder, tenían voluntad.
En mi pueblo se reconstruyó así parte del comedor de la ermita de la Virgen de la Peña. Yo recuerdo ir a ayudar en lo que, como cría que era, podía, es decir, darle los ladrillos y las tejas al albañil, que era el único que cobraba, porque todos los demás lo hacíamos “a jornal de villa”.
Esta forma de trabajo comunitario se sigue practicando en algunos pueblos, cada vez menos, y era la manera en la que antaño se sacaban adelante obras para las que no había presupuesto, que eran casi todas. Ahora cuando nieva hay mucha gente que se queja de que nadie le limpia la puerta de su casa. Antes nadie esperaba a que llegara un técnico del ayuntamiento a dejar su trozo de calle como una patena, en primer lugar porque no había medios ni personal y, después, porque la gente estaba acostumbrada a hacerlo. Vivir en comunidad lleva consigo aportar a los demás, algo complejo de entender en el mundo de individualismos en el que nos movemos.
Este sábado se constituyeron los ayuntamientos y todos esperamos de nuestros nuevos o viejos alcaldes que nos faciliten la vida, pero muy pocos piensan en la forma en que pueden ayudarles a hacerlo.
Siempre digo, y los alcaldes con los que hablo lo saben bien, que toda persona que se atreve a coger el bastón de mando de un pueblo pequeño, como son casi todos los de Teruel, tiene todos mis respetos. Son alcaldes que el único cobro que reciben son malas caras de algunos de los vecinos y críticas. También habrá halagos cuando lo hagan bien, pero, por desgracia, nuestra sociedad actual está muy alejada de esas concejadas en las que participaban nuestros ancestros.
En mi pueblo se reconstruyó así parte del comedor de la ermita de la Virgen de la Peña. Yo recuerdo ir a ayudar en lo que, como cría que era, podía, es decir, darle los ladrillos y las tejas al albañil, que era el único que cobraba, porque todos los demás lo hacíamos “a jornal de villa”.
Esta forma de trabajo comunitario se sigue practicando en algunos pueblos, cada vez menos, y era la manera en la que antaño se sacaban adelante obras para las que no había presupuesto, que eran casi todas. Ahora cuando nieva hay mucha gente que se queja de que nadie le limpia la puerta de su casa. Antes nadie esperaba a que llegara un técnico del ayuntamiento a dejar su trozo de calle como una patena, en primer lugar porque no había medios ni personal y, después, porque la gente estaba acostumbrada a hacerlo. Vivir en comunidad lleva consigo aportar a los demás, algo complejo de entender en el mundo de individualismos en el que nos movemos.
Este sábado se constituyeron los ayuntamientos y todos esperamos de nuestros nuevos o viejos alcaldes que nos faciliten la vida, pero muy pocos piensan en la forma en que pueden ayudarles a hacerlo.
Siempre digo, y los alcaldes con los que hablo lo saben bien, que toda persona que se atreve a coger el bastón de mando de un pueblo pequeño, como son casi todos los de Teruel, tiene todos mis respetos. Son alcaldes que el único cobro que reciben son malas caras de algunos de los vecinos y críticas. También habrá halagos cuando lo hagan bien, pero, por desgracia, nuestra sociedad actual está muy alejada de esas concejadas en las que participaban nuestros ancestros.