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De cine

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Cruz Aguilar
Los bosques de Bronchales recuerdan a los de Checoslovaquia y los de Orihuela han colado alguna vez por Canadá. Tornos ha sido tomado esta semana por los nazis y, aunque apenas se han superado algunos grados sobre cero, en el celuloide será verano. En la antigua fábrica de mantas de Calamocha vuelve a colgar un cuadro de un dictador, pero en este caso el de Hitler, porque el cine la ha convertido en un taller armamentístico al servicio nazi. La magia del cine todo lo hace posible y el hecho de que en Teruel haya poca gente ayuda a que los escenarios estén poco desvirtuados. Hay espacios naturales muy similares al desierto de Atacama o al Gran Cañón del Colorado y los directores tienen la ventaja de que no tienen que gritar ¡Silencio, se rueda! antes de darle a la claqueta. Porque aquí si algo hay es silencio. Para rodar, para que nadie desvele ninguna de las escenas hasta el estreno y para descansar tras el estrés de estar ante o tras una cámara. Rodar una película cuesta mucho dinero porque los actores cobran, pero también porque muchos de los escenarios, aunque en parte son originales, tienen que ser adaptados a las necesidades del guion. En El Páramo el florista de Calamocha tuvo que plantar un huerto en pleno invierno, sacando de donde pudo coles y maíz para que mostraran su mejor cara en cámara. Ahora se está rodando en varias localizaciones de la provincia Comando de Gandulas, que narra la vida de Neus Català, una republicana que fue esclava de los nazis en una fábrica de armamento de Checoslovaquia. Y para recrear todo eso han necesitado, entre otras cosas, que un carpintero fabricara unas literas como las que había en los campos de concentración. Por otro lado, personal que mueve una grabación es muy grande y todos comen y alojarse. Si han sacado la calculadora, habrán visto que solo le han dado al +. Pero hay producciones que no solo suman, sino que multiplican. Series que marcan un antes y un después. La primera vez que fui a San Juan de Gaztelugatxe, en Vizcaya estaba sola con mi grupo de amigos. La última vez tuve que pedir cita con antelación y, en algunos lugares de la estrecha escalera, esperar porque todos no cabíamos. Siempre ha sido un lugar mágico, pero Juego de Tronos lo tocó con su varita.