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De Covid o de pena De Covid o de pena
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De Covid o de pena

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Cruz Aguilar

"Si no mueren de Covid, morirán de pena”. La frase la he oído dos veces esta semana a dos personas diferentes de dos ámbitos distintos, pero referentes al mismo colectivo: los ancianos. Queremos protegerles del coronavirus porque, en general,  les afecta más que a la población joven, y por eso los mantenemos alejados de sus nietos, de sus hijos y de prácticamente todos los contactos sociales. Y además, en los momentos en los que nos hemos acercado a ellos lo hemos hecho sin abrazos y sin besos, por si acaso.
Continuamente nos preguntamos la factura que esta situación pasará en nuestros hijos, que los vamos a dejar sin Halloween, sin fiestas de cumpleaños y sin juegos en el parque. Sin embargo creo que en los niños esto será un punto de inflexión que recordarán para siempre, pero sacando la parte buena. Los ratos de juego en casa con los padres (que en algunos hogares escaseaban antes del confinamiento), la posibilidad de hacer videollamadas con abuelos, tíos y amigos o el olor a bizcocho que había en muchas casas día sí, día no para llenar con repostería las horas libres que dejaron los ERTES y los colegios cerrados. Los niños son resilientes por naturaleza, nos lo están demostrando.
En las personas ancianas también será una ruptura, pero en muchos casos y por desgracia constituirá (o ha constituido) un punto final. Nuestros hijos pueden pasar perfectamente sin ir por el pueblo o el barrio retando a los vecinos al truco o trato y superarán no vivir una cabalgata, me los imagino de ancianos rememorando que “el año de la pandemia no vinieron ni los Reyes Magos”. Para los mayores la situación es diferente, el reloj de la vida avanza rápido mientras las horas de su día a día desgranan con agonía los segundos más lentos.
En estos días en los que están cerrando perimetralmente prácticamente todas las comunidades españolas se habla mucho de qué pasará en Navidad. Yo no soy positiva por naturaleza, así que creo que serán unas fiestas que celebraremos en la más estricta intimidad. Lo malo es que para muchos ancianos esa intimidad es unipersonal. Y eso, cuando no se elige, no se llama intimidad, su nombre es soledad.