Urnas para el 28M depositadas en una nave de Alcalá de Henares, en Madrid. EFE
Este año las elecciones son más intensas que nunca o, al menos, esa sensación tengo yo. Hace no mucho tanto en la mayor parte de los pueblos como en Aragón las habas estaban contadas, el poder se lo alternaban dos partidos que gobernaban con apoyo del tercero más votado o, como mucho, sumaban con el cuarto. Ahora la proliferación de nuevas fuerzas hacia la derecha y la izquierda ha cambiado el panorama político. Eso unido a la pérdida de peso de algunas formaciones provoca grandes dudas sobre qué pasará a partir del 29 de mayo.
Los votos a repartir son los mismos (o menos) que hace cuatro años por lo que, si los nuevos cogen un trozo de pastel, a pequeño que sea, los veteranos tendrán que ceder de su porción.
En la provincia de Teruel somos pocos y eso provoca que los datos se magnifiquen. Es decir, que un centenar de sufragios puede ser un concejal en determinada población. Esos ediles son los que luego se suman al cómputo general para conformar las diputaciones y comarcas y ahí puede estar la clave de esas candidaturas cuneras que son tan difíciles de entender para los profanos. También puede estar ahí el quid de la insistencia de determinados candidatos.
Este año llega la campaña electoral y existe la sensación, por lo menos desde mi punto de vista profesional, de que llevamos cuatro años de campaña. Los partidos han aprovechado cualquier oportunidad para hacer oposición con la que debilitar al contrario. Constructiva a veces pero una mera pataleta, sin justificación alguna, otras muchas.
En numerosos municipios se vota con listas abiertas, todo un acierto porque lo de las siglas es algo que para los candidatos de muchos pueblos importa lo justo. Se limitan a ponerse bajo el paraguas de aquellas con las que más sintonizan o de las que creen que serán mejores para su localidad.
Llegan días difíciles para los candidatos. Es momento se echar toda la carne en el asador y más en una provincia donde los votos valen mucho, con menos se logra un concejal o diputado. Unos que crucen los dedos y a otros que Dios les coja confesados.
Los votos a repartir son los mismos (o menos) que hace cuatro años por lo que, si los nuevos cogen un trozo de pastel, a pequeño que sea, los veteranos tendrán que ceder de su porción.
En la provincia de Teruel somos pocos y eso provoca que los datos se magnifiquen. Es decir, que un centenar de sufragios puede ser un concejal en determinada población. Esos ediles son los que luego se suman al cómputo general para conformar las diputaciones y comarcas y ahí puede estar la clave de esas candidaturas cuneras que son tan difíciles de entender para los profanos. También puede estar ahí el quid de la insistencia de determinados candidatos.
Este año llega la campaña electoral y existe la sensación, por lo menos desde mi punto de vista profesional, de que llevamos cuatro años de campaña. Los partidos han aprovechado cualquier oportunidad para hacer oposición con la que debilitar al contrario. Constructiva a veces pero una mera pataleta, sin justificación alguna, otras muchas.
En numerosos municipios se vota con listas abiertas, todo un acierto porque lo de las siglas es algo que para los candidatos de muchos pueblos importa lo justo. Se limitan a ponerse bajo el paraguas de aquellas con las que más sintonizan o de las que creen que serán mejores para su localidad.
Llegan días difíciles para los candidatos. Es momento se echar toda la carne en el asador y más en una provincia donde los votos valen mucho, con menos se logra un concejal o diputado. Unos que crucen los dedos y a otros que Dios les coja confesados.