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Todo recto

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Cruz Aguilar
No te has ido de vacaciones con los padres o qué? Claro, es que habrás tenido que trabajar–. La pregunta y la respuesta parte de la misma mujer, que no da pie a su interlocutor a contestar antes de explicar a sus tertulianas del café: “Es el hijo del moro que está con nosotros, son muy trabajadores todos y están de vacaciones”. -¿Tu eres el informático?, pregunta otra de las señoras que hace tiempo que se han acabado el café pero no tienen prisa porque aún no es hora de poner la borraja a cocer. La información la supongo y, después, la confirma una de ellas cuando otra hace ademán de levantarse. -No, ese es mi hermano, yo estoy en el Ayuntamiento. -¿Sois tres y la chica no?, dice una tercera, de las cinco que hay, antes de que el chaval, sentado en otra mesa, tenga oportunidad de hacer la suma: “Cuatro en total”, resuelve. -¿Pero te vas a ir a la playa con tus hermanos?, añade la que no había preguntado nada pero no ha quedado bastante informada de la vida/familia/planes del chaval. -Sí, mañana me iré, responde con gran amabilidad y una sonrisa, antes de levantarse tras el interrogatorio con el que ha aderezado su café matinal. Las mujeres lo siguen con la mirada y, al volverla, aparece una vecina que les explica   –sorprendentemente sin que ellas pregunten nada– que va a ver a sus nietos, los de la chica, que se van a la piscina, pero ella hasta la tarde no puede acudir porque tiene a los otros nietos, los del chico, que está “con el teletrabajo” en su casa desde hace año y medio. Mientras está la mujer con la nieta en brazos sale la camarera y una le pregunta cómo cuida las clavelinas para tenerlas tan majas, porque las suyas de casa se han agostado. En eso paran dos moteros para saber cómo llegar a Berrueco. “Todo recto”, responden las cinco a la vez sin mirar siquiera hacia donde tiene enfocada la moto, aparcada detrás. El piloto pide más especificaciones y todas –menos una– se las dan a la vez y ayudadas por aleteos de brazos y manos. Aprovecho para terminar acelerada mi bocata y largarme. Me da miedo el tercer grado y, por las miradas que varias me lanzan, solo me han librado los moteros y las clavelinas.  La historia, muy resumida, es de una mañana cualquiera en un pueblo cualquiera. En Teruel, claro.