

Boniface Kariuki falleció hace unas semanas tras recibir el impacto de un disparo de fusil realizado por un militar del ejercito keniano. Tenía un puesto de venta ambulante con el que se ganaba la vida, o mejor dicho, sobreviviendo como podía vendiendo sus productos por los barrios de Nairobi. Era joven, tenía 22 años y una vida normal, como la de miles de personas en Kenia. Durante las manifestaciones por la muerte del profesor y bloguero Albert Ojwang Boniface estaba en el lugar y en el momento menos adecuado. Él no formaba parte de esa “Demostration”, no participaba ni de modo activo, ni pasivo en manifestación alguna.
Estaba quieto, parado bajo el tejadillo de unas tiendas. De repente, dos militares con los rostros cubiertos, actuando amparados en la impunidad, se acercaron a él, y sin mediar palabra, le propinaron un empujón. Cuando Boniface trató de irse, como parecía que le indicaban, uno de los militares le disparó un tiro en la cabeza. Qué brutalidad y sinsentido el de la violencia, el de la fuerza bruta: Boniface no amenazó a nadie, ni representaba un riesgo; simplemente estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado, y ante las personas equivocadas.
Su corazón latía todavía cuando lo llevaron al hospital, pero en realidad estaba en situación de muerte cerebral, un estado irreversible en el que el cerebro deja de funcionar por completo y no hay posibilidad de recuperación. Su caso se ha convertido en el más reciente y trágico ejemplo del uso desproporcionado de la fuerza contra el propio pueblo, al que en teoría debería defender.
Boniface no fue el único. Diecinueve personas más murieron el mismo día en que murió él. Con él son ya veinte víctimas mortales, a las que hay que sumar quince personas desaparecidas. En total, 531 heridos y 179 arrestos en una sola jornada. Las calles de Nairobi se convirtieron en auténticos escenarios de guerra, donde la policía y el ejército respondieron con una violencia desmesurada, empleando armas de fuego y munición real contra manifestantes –la mayoría jóvenes, desarmados e indefensos–, y contra ciudadanos que ni siquiera participaban en las protestas.
La madre de Boniface explicaba a los medios de comunicación que ni siquiera tienen dinero para dar un entierro digno a su hijo. “Mi hijo no hizo nada malo”, clamaba, pidiendo que alguien le explique las razones por las que han matado a su hijo de un modo tan cruel. El video que grabó su asesinato se ha hecho viral, y una vez más ha quedado claro que algunas personas no deberían llevar armas, y que algunos mandatarios no deberían dar determinadas órdenes. Mientras tanto yo me quedo preguntando sobre el dolor de tantas familias, de tantos hombres que sólo procuran trabajar y vivir en paz en Kenia, mi querida y amada Kenia.