

La historia es terca, se obstina en volver una y otra vez. Sin saber cómo, parece que el hombre inteligente no es capaz de aprender de sus mayores errores. La humanidad no ha estado jamás ni un solo minuto libre de una guerra, conflicto armado o simple escaramuza en uno u otro lugar del planeta. Los cuatro jinetes del Apocalipsis cabalgan incansables a lo largo de los siglos sin ánimo de detenerse, el hambre, la peste, la guerra y la muerte nos siguen acompañando siempre.
Los conflictos vigentes ahora en muchas zonas, nos los acerca la televisión hasta el salón y lo hemos asumido como normal, incluso nos cuesta que altere nuestra vida, bien por su lejanía, o por tratarse de otras culturas que nos son ajenas y pasan a nuestro lado sin rozarnos. Lo que sucede ahora en Gaza nos sobrecoge, no entendemos cómo puede estar pasando, como tampoco los ataques a Ucrania, o las matanzas en lugares apartados del continente africano, de los que casi no nos enteramos, mientras la comunidad internacional está en sus cosas y todo ello sucede en nombre de ideologías, creencias, disputas territoriales, intereses económicos o geoestratégicos, que van y vienen, como lo han estado haciendo durante miles de años.
Muchos siglos atrás los ejércitos del macedonio Alejandro Magno habían pasado meses en el asedio y la toma de la ciudad de Tiro, durante la campaña en el Levante frente al imperio persa, corría el año 332 a.C. Los ánimos estaban exaltados, los tirios habían sido muy duros de roer y habían puesto a prueba el talento e ingenio de Alejandro y sus asesores militares. Una vez caída la ciudad de Tiro el propósito era asegurar la costa oriental del Mediterráneo e impedir a los persas situar allí sus bases navales y luego avanzar al sur donde esperaba otra ciudad: Gaza.
La ciudad de Gaza estaba situada por aquel entonces sobre una elevación arenosa, su conquista era vital, pues era necesario bloquear los puertos para que la flota persa en el Mediterráneo no pudiera utilizarlos y anular el peligro para un ejército macedonio en terreno hostil. Gaza controlaba la ruta hacia Egipto y estaba muy bien defendida. Tras sus fuertes murallas, su defensa se había confiado a Batis, un eunuco y comandante leal al persa Darío.
Situada en una colina, las maquinarias de asedio tenían grandes dificultades, que Alejandro soslayó con la construcción de rampas para acercar torres y arietes.
La resistencia fue brutal, un reto para la ingeniería militar macedónica y fueron muchos los macedonios que perdieron la vida, siendo herido incluso, el propio Alejandro. Tras semanas de encarnizada lucha se tomó la ciudad al asalto, masacrando y esclavizando a toda la población.
No contento con el baño de sangre, Alejandro mandó atar a Batis a un carro por los talones y le arrastró por la ciudad. Alejandro quiso hacer con Batis, lo que su antepasado Aquiles con el príncipe troyano Héctor, ante las murallas de Troya. Una vez controlada Gaza, el camino a Egipto estaba abierto y allí sería recibido como liberador con las guirnaldas para el vencedor.
La primera vez que leí Los siete pilares de la sabiduría de Thomas Edward Lawrence era muy joven, entendía a medias el conflicto que luego llevó al cine David Lean, con un impresionante Peter O´Toole dando vida a Lawrence de Arabia. Mucho más tarde con sucesivas relecturas comprendí qué complicado es llevar la paz a esos territorios siempre ensangrentados y qué difícil es comprenderlo.
En el marco de la Primera Guerra Mundial, el Imperio Otomano se unió a Alemania y Austria-Hungría. Por otra parte, Gran Bretaña y Francia, buscaban debilitar a los otomanos y asegurar rutas estratégicas en Oriente Medio.
Era el lugar y el momento para el nacimiento de la Rebelión Árabe, impulsada por nacionalistas árabes deseosos de independizarse de los otomanos. Soñaban con un estado árabe independiente que abarcara de Siria al Yemen.
Gran Bretaña prometió su apoyo: armas, dinero y asesoramiento. Mientras tanto negociaba en secreto con Francia el reparto de Oriente Medio. La figura épica de Lawrence de Arabia surge en un contexto lleno de contradicciones, oficial de inteligencia británico, arqueólogo y lingüista, su papel como organizador y asesor de las guerrillas árabes fue crucial para la victoria. Cuando después de la toma de Damasco, se constató que la independencia iba a ser una utopía, los árabes se sintieron traicionados al comprobar que no habría una nación árabe y que prevalecían los intereses de las potencias sobre la palabra dada.
Traumática fue también la experiencia para Lawrence, que se sintió culpable y desilusionado. Su figura además de épica por sus acciones fue polémica, porque representaba tanto la colaboración como la manipulación británica. Siria quedó bajo control francés y Palestina, Transjordania e Irak bajo dominio británico.
T.E. Lawrence en Los siete pilares de la sabiduría, hace un relato desgarrador de cómo se traicionan los sueños de los pueblos: “Todos los hombres sueñan, pero no todos del mismo modo, los que sueñan de noche, dormidos, cuando despiertan ven que nada es real, los soñadores despiertos son los peligrosos, porque ejecutan sus sueños hasta hacerlos posibles”.
No soy experta en geopolítica, pero estos hechos sentaron las bases para los conflictos posteriores que han asolado hasta hoy mismo Oriente Medio, marcados siempre por la contradicción entre promesas de independencia o territorios y los acuerdos europeos de interés económico o geoestratégico.
Me limito a constatar con pesar, que no es la primera vez que esta tierra de Levante, desértica y dura, se enfrenta al asedio, la tragedia, la muerte y la hambruna, mientras la sangre sigue empapando sus cálidas arenas y trae a mi memoria la violencia y crueldad de otros momentos de la historia, tan parecidos a los de hoy.