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El hombre de los errores El hombre de los errores

El hombre de los errores

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Fernando Jáuregui

“Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir”. Esta frase, pronunciada por Juan Carlos I tras su accidente cazando

-entre otras cosas- en Botswana, dio la vuelta al mundo. Pero no era cierta. El llamado ‘emérito’ ya antes de que, en 2012, pidiese público perdón, había cometido otras trapisondas y seguiría cometiéndolas. De hecho, los errores han jalonado sus últimos años, antes y después de su postrer acierto: la abdicación en 2014 en la persona de su hijo Felipe VI. Y hasta hoy.

El vídeo, chapucero e inelegante, en el que, so pretexto de lanzar un mensaje a los jóvenes para que ayuden al reinado de su hijo, Don Juan Carlos se glorifica a sí mismo justo en vísperas de la aparición de su desafortunado libro Reconciliación, es toda una muestra de la degradación a la que un personaje al que tanto quisimos y admiramos ha llegado. Ese vídeo, ese libro y una entrevista ‘comercializada’, marketing puro, y además errado, constituyen los últimos hitos en el descalabro de la imagen de quien podría haber pasado a la Historia con mayúsculas y, sin embargo, se quedará en las páginas del chafardeo.

Ignoro quién está asesorando a Don Juan Carlos en su última trayectoria, y pienso también en su desafortunada demanda al ex presidente cántabro Revilla y a Corina Larsen, la mujer fatal, uno de los vértices de su desgracia actual. Cuando acaba de aparecer este libro, que está provocando mucho más escándalo que adhesiones, convendría repetir a Juan Carlos de Borbón algo que creo recordar que yo le escuché a su padre: “los reyes no tienen memoria”. Ni, menos aún, memorias, que, ya en el colmo, se dedican a lanzar alfilerazos a integrantes de la familia real, señaladamente a la reina Letizia. Las ‘vendettas’ es algo que los editores siempre desaconsejan a los autores; no sé si la verdadera escritora de este libro ‘autobiográfico’ lo sabía. En todo caso, no lo ha practicado.

Creo que los españoles tenemos derecho a aspirar, al menos, a una forma del Estado estable, y a una jefatura de ese Estado firme y prudente, como la que encarna Felipe VI, e ilusionante, como la que sin duda representará esa joven que tantas adhesiones provoca, llamada Leonor de Borbón; la futura, espero, Leonor I. Eso, si el cúmulo de despropósitos, por el momento más ridículos que dañinos, no se desborda.

Tuve gran simpatía por Juan Carlos de Borbón. Faltando a mi obligación periodística, lo confieso, no publiqué en algún momento cosas que sabía y que el propio jefe de la Casa, general Sabino Fernández Campo, nos había contado a algunos informadores cercanos al Rey. Nunca creí, es la verdad, que lo que se decía sobre sus actividades fuese del todo cierto. Pero lo era: se sentía impune. Hoy, aunque solo de milagro se ha salvado de la quema, parece que sigue sintiéndose así, y lo disimula con una capa de victimismo.

Ya muchos compañeros han publicado un titular que brotaba, solo y sin ayuda, del ordenador: “¿por qué no te callas?”. A ver si esos asesores que tiene el llamado emérito, que deben ser todos republicanos a juzgar por los resultados, toman nota y le aconsejan que deje de hacerse daño a sí mismo. Y a nosotros. Porque bastantes problemas tenemos ya con esta clase política como para, encima, tragar con esto, que nos sonroja.