

EFE
Durante nueve horas nadie en la península Ibérica dejó a su novia por Whatsapp, subió una foto estúpida al insta ni compró nada inútil en Amazon. Pero ni eso edulcora el susto del lunes. Cada vez me hago más cascarrabias y yo me veía dentro de una semana astillando una puerta de casa con la segur para hacer un fuego con el que calentar latas de judías.
Los hay que solo queremos una existencia tranquila, coño, una vida relativamente feliz y todo lo divertida que se pueda. El resto de cosas nos la pela. Me recuerdo a mí mismo con quince años, en plena perestroika y formando parte de una generación que pensaba que lo único que iba a amargar nuestra larga vida era la música electrónica industrial y las películas de acción con la guerra fría como telón de fondo.
La generación X ni habíamos tenido guerra en España ni se la esperaba. No pasamos hambre, algunos incluso nacimos con Franco muerto o a puntito de caramelo, y muchos fuimos los primeros universitarios de nuestra extirpe. ¿Qué podía salir mal?
Jodo. El fin de la historia, que decía el iluminado del Karl Popper. Ya casi no nos acordamos, pero la crisis de 2008 nos dejó fundidos. Nos arruinó durante al menos una década y dejó tocados nuestros derechos y aspiraciones laborales de por vida. Las torres gemelas fueron la estocada y la puntilla llegó con la pandemia de Covid-19. Tal y como veo el mundo me hago cruces de pensar cómo carajo nos las apañamos para no palmar toda la humanidad en quince días.
La prosperidad nos hizo blanditos y la adversidad -la adversidad y la mierda que supuran todas las redes sociales todos los días- nos está haciendo asustadizos. Por eso yo el lunes, cuando a las 18 horas no había regresado el suministro eléctrico, ya me veía inmerso en el segundo apocalipsis en cinco años, y con cero posibilidades de sobrevivir a él más allá de tres o cuatro semanas. Si ni siquiera sé manejar una segur...
Ya porque valga. El fin del petroleo, el ascenso del nivel del mar, la invasión alienígena y la matrix del ChatGPT que se lo coman la generación de mis hijos, que ya les toca.
Los hay que solo queremos una existencia tranquila, coño, una vida relativamente feliz y todo lo divertida que se pueda. El resto de cosas nos la pela. Me recuerdo a mí mismo con quince años, en plena perestroika y formando parte de una generación que pensaba que lo único que iba a amargar nuestra larga vida era la música electrónica industrial y las películas de acción con la guerra fría como telón de fondo.
La generación X ni habíamos tenido guerra en España ni se la esperaba. No pasamos hambre, algunos incluso nacimos con Franco muerto o a puntito de caramelo, y muchos fuimos los primeros universitarios de nuestra extirpe. ¿Qué podía salir mal?
Jodo. El fin de la historia, que decía el iluminado del Karl Popper. Ya casi no nos acordamos, pero la crisis de 2008 nos dejó fundidos. Nos arruinó durante al menos una década y dejó tocados nuestros derechos y aspiraciones laborales de por vida. Las torres gemelas fueron la estocada y la puntilla llegó con la pandemia de Covid-19. Tal y como veo el mundo me hago cruces de pensar cómo carajo nos las apañamos para no palmar toda la humanidad en quince días.
La prosperidad nos hizo blanditos y la adversidad -la adversidad y la mierda que supuran todas las redes sociales todos los días- nos está haciendo asustadizos. Por eso yo el lunes, cuando a las 18 horas no había regresado el suministro eléctrico, ya me veía inmerso en el segundo apocalipsis en cinco años, y con cero posibilidades de sobrevivir a él más allá de tres o cuatro semanas. Si ni siquiera sé manejar una segur...
Ya porque valga. El fin del petroleo, el ascenso del nivel del mar, la invasión alienígena y la matrix del ChatGPT que se lo coman la generación de mis hijos, que ya les toca.