Puesto que mis dos últimas colaboraciones en el Diario de Teruel han tratado sobre temas familiares, me gustaría rematarlas con una idea que con mucha frecuencia me ronda la cabeza. ¿Cuál es la diferencia entre tener una casa y tener un hogar? Pienso en ello, especialmente, cuando una conocida comercializadora de muebles insiste en recordarnos precisamente que es capaz de “convertir una casa en un hogar”.
Quieren transmitir que, con sus muebles, sus lámparas, sus cuberterías y sus armarios, pueden transformar un simple espacio en un hogar: en una familia, en un lugar en el que ser felices. Sin embargo, cuando escucho este mensaje me vienen a la mente los lugares en los que viven las familias masáis de Nairobi que conozco, o las de los slums de Viwandani y Mukuru, construidas con unos tablones, plásticos, cartones y unas chapas oxidadas como tejado.
En realidad, las casitas de mis amigos masáis no son propiamente casas; son chabolas a las que se accede agachando la cabeza, casi como si hubiera que hacer un gesto de humildad para entrar.
Las paredes de cartón están ennegrecidas por el humo del fuego que utilizan para cocinar; en una esquina, unas tablas hacen de cama y, en la otra, unos sacos se extienden por la noche para que los más pequeños duerman. Más allá, unas cajas guardan las cacerolas y sus pocas posesiones.
Cuando veo a los niños asomarse a sus puertas, lo hacen con una sonrisa que mezcla timidez y alegría, invitándote a conocer el lugar en el que nacieron, donde han aprendido a hablar y donde se cuentan las historias de la familia y de la tribu. Es el lugar en el que se comparte, se vive y se ama, sin que las carencias materiales impidan que se transmita el cariño entre quienes allí viven. Fíjense: con muy poco son capaces de levantar un hogar, una familia, un espacio en el que casi se puede tocar el amor que se tienen. Y, sin embargo, para un occidental sería un lugar incómodo, carente de comodidades y lujos, pero donde la solidaridad y el sentido de familia están siempre presentes.
Eso es un hogar: no un catálogo de sillones con reposacabezas ni el último modelo de lámparas, sino el espacio donde conviven personas unidas por un parentesco y, sobre todo, por un compromiso mutuo. Familias que se apoyan y se quieren, que comparten dolores y alegrías, donde las risas y las lágrimas brotan al mismo tiempo. Allí donde el amor se hace costumbre, ese lugar, por humilde que sea, se convierte en un verdadero hogar.
