

Hace unos días leí una historia que me conmovió profundamente. En una residencia, solicitaron el servicio de una furgoneta con conductor para retirar unos muebles que ya no se usaban. El encargado del transporte observó detenidamente a la responsable que había gestionado el pedido, como si tratara de reconocerla de algún encuentro anterior. Cuando estaba por concluir la carga, se aproximó y le preguntó si, hacía un par de años, ella no repartía café con bollos a las personas que vivían en la calle y no querían alojarse en un albergue. Ella respondió que sí: junto a otras compañeras, se habían propuesto colaborar con quienes no tenían un hogar. Tras el mutuo reconocimiento, mantuvieron una breve conversación.
El hombre quedó impresionado, pues la sonrisa de aquella mujer no había disminuido desde la primera vez que la vio; al contrario, había crecido. Sucede que ese hombre, tras atravesar innumerables historias desagradables, acabó desesperado y decidió vivir en la calle, subsistiendo con lo que le ofrecía la gente.
Sin embargo, esa sonrisa de una joven desconocida, esa actitud de transmitir que él importaba y que alguien se preocupaba sinceramente por su situación, junto con el café y unos bollos, hizo que aquel hombre desesperado reconsiderara su vida.
En el momento en que se siente importante, querido por alguien, el hombre hundido es capaz de alzar la mirada y buscar una solución para su existencia. Se levantó, tiró sus cachivaches al contenedor de basura y salió en busca de una manera de reconstruir su vida.
En los servicios sociales de una entidad benéfica le ofrecieron temporalmente una furgoneta que les habían regalado. Con ella, comenzó a hacer pequeños repartos que le permitían pagar la gasolina y el alquiler de un modesto piso. Poco a poco fue consiguiendo más encargos, hasta el punto de que la furgoneta se le quedó pequeña, por lo que acudió al banco y pidió un préstamo para comprar otra mejor.
Así fundó una pequeña empresa en la que empleaba a muchachos con dificultades. Él procuraba transmitirles que eran importantes y el ánimo para que salieran del pesimismo o la tristeza, colaborando con su ejemplo a que siguieran luchando y trabajando por su futuro.
Esta historia termina bien, y si no lo han olvidado, recordarán que todo empezó con un gesto amable y un café con bollos en una fría tarde de invierno.