

Del orfanato Mama Koko, en la República Democrática del Congo, ya les he escrito en alguna ocasión o al menos lo he citado. La primera vez que lo visité, hace más de cuatro años, me produjo una sensación difícil de explicar. Se trata de un centro que acoge a niños huérfanos, abandonados, y a otros que padecen parálisis cerebral o algún trastorno psíquico o físico. Fue fundado en 1989 por el Padre Hugo Ríos, un sacerdote claretiano chileno de origen italiano, y la doctora Laura Perna, profesora universitaria jubilada, la cual buscaba dar sentido a su vida tras dejar la docencia.
Cuando los visité, la doctora Perna ya había fallecido. Los niños la llamaban Mama Koko, que podría traducirse como “mamá yaya”, es decir, la abuela que cuida a los nietos e hijos abandonados de las aldeas, o al menos, quien echa una mano a las madres que no pueden cuidar y educar a sus hijos.
Pude conversar largo rato con el Padre Hugo; al terminar, le tomé las manos y besé sus palmas como gesto de admiración, respeto y agradecimiento por su dedicación a los más pobres. Le habían detectado un cáncer y sufría fuertes dolores, que a veces reflejaba en su rostro, pero inmediatamente surgía en él una sonrisa que transmitía paz y serenidad, disimulando así el sufrimiento. Me explicó que probablemente viviría pocos meses, pero eso le preocupaba menos que el futuro de los niños huérfanos, enfermos y moribundos. Gracias a Dios, sigue trabajando por los más pobres y abandonados, un milagro que dura ya más de cinco años.
Pilar, una voluntaria que se comprometió a colaborar con los huérfanos de Mama Koko durante sus vacaciones, quedó también impactada por el trabajo del Padre Hugo y los demás voluntarios. Descubrió que para continuar esa labor era imprescindible contar con una profesional de enfermería a tiempo completo, algo impensable para la precaria economía del orfanato. Así que se le ocurrió organizar una cena benéfica en Ludiente, un pequeño pueblo del Alto Mijares con 175 habitantes censados, aunque en invierno no hay más de cien. La primera cena, pensada para unas pocas familias, reunió a un centenar de vecinos. Al año siguiente se duplicó el número, y así hasta este año en que más de 400 personas participaron en una cena solidaria en la que acudió todo el pueblo, veraneantes, familiares, amigos…
Lo que resulta difícil en cualquier lugar: juntar a todo un pueblo en la misma mesa, lo logró el milagro del orfanato Mama Koko. Con esa generosidad habéis pagado el sueldo de una enfermera por un año entero, y si sobra algo, será para llevar material quirúrgico. Gracias, Ludiente, sois el pueblo más bonito de España porque habéis conseguido algo hermoso, muy hermoso: unir a todos con un único fin, colaborar con el orfanato más grande del Congo, los mil niños huérfanos os lo agradecen. Yo también: Gracias, me habéis dado una magnífica lección.