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Juan Cañada

En mayo de 2023 ya escribí en el Diario de Teruel sobre el programa de Aragón TV El campo es nuestro. Ahora vuelvo a hacerlo tras comprobar, en el emitido el pasado viernes, que celebraban su emisión número 1.000. Por mi parte, no puedo dejar de felicitarles y desearles que cumplan muchos más aniversarios como este.

Recuerdo que, cuando comenzaron a emitirlo, pensé que no tendría mucho futuro; sin embargo, pronto descubrí que estaba equivocado y, no solo eso, me “enganché” como tantos otros lo hacen con las telenovelas. Lo reconozco: escuchar a los protagonistas de este programa, además de permitirme aprender un montón, me produce un descanso profundo. Es mi tiempo de relax, que suelo disfrutar con un buen café en el sillón de mi casa.

Con el tiempo, los protagonistas se han convertido casi en amigos: personas que comparten sus dificultades, alegrías y momentos familiares. Muchos han abierto las puertas de sus hogares, mostrando así su cercanía y vida más personal. Y, al mismo tiempo, han permitido descubrir los infinitos paisajes pirenaicos, los viñedos con las vides perfectamente alineados, las huertas llenas de variedades de colores y texturas, y –cómo no– los resecos campos por los que el ganado aún busca unas hierbas en medio de un territorio cada vez más abandonado, pero también fertilizado con el esfuerzo de una generación de jóvenes agricultores, ganaderos y apicultores; todos amantes de su tierra, de sus gentes y de su historia.

Hace unos años, mientras colaboraba en un proyecto en Gitugu, Valle de Murang’a, Kenia, me sorprendió el tamaño de las vacas lecheras: mucho más pequeñas que las europeas. Me explicaron que las razas de aquí no se adaptan bien al clima ni a los pastos del África Oriental. Entonces se me ocurrió fomentar la cría de razas autóctonas entre los amigos ganaderos, que pudieran aportar leche y carne a las comunidades. Para aprender más, visité ferias ganaderas, aunque reconozco que donde más he aprendido ha sido escuchando a los protagonistas de El campo es nuestro. Gracias Bea, Judit, Toño, Raquel y Jorge, Daniel, Rosa, y tantos que me dejo en el tintero.

Termino contando que al intrépido Sope se me ocurrió enviarle unas semillas de alubias cebra, traídas de Kenia para unos proyectos educativos en colegios de la provincia de Zaragoza. Algo debió de fallar, porque no prosperaron como se esperaba, pero me hizo ilusión su paciencia e interés al plantarlas y comprobar cómo evolucionaba su crecimiento.

Y qué decir de nuestro querido Pablo Játiva, todo un personaje -lo digo con cariño- que está poniendo en marcha un proyecto educativo con los alumnos de la escuela de Santa Eulalia. A través de sus intervenciones transmite amor por el campo, por su tierra y, sobre todo, por la gente con la que comparte experiencias y vivencias.

Gracias a todos por vuestro esfuerzo y a seguir trabajando así. Ojalá lleguéis a los tres mil o cuatro mil programas más, siempre con esta maravillosa gente, y con tanta otra que se sumará a este hermoso proyecto en el que el campo es nuestro. Gracias.