

Seguimos en abril, el mes en el que se celebra el Día del Libro. Si les digo la verdad, eso del Día del Libro, Día de la Madre, del Padre... me parece un poco ridículo, en realidad todos los días deberían tener un libro, el recuerdo y homenaje a los padres. Aunque reconozco que tampoco está mal que se hable durante una jornada de algo que consideramos importante, no sólo para no olvidarnos de las cosas que deberíamos llevar en el corazón, también para reflexionar sobre cómo las vivimos.
La semana pasada escribí en esta sección sobre “Memorias de África”, hoy lo hago de un libro de los que dejan huella y marcan un antes y un después. Me refiero al que escribió el turolense Dr. Joaquín Sanz Gadea: “Un médico en el Congo”. Sí, lo confieso, yo era de esos que sólo relaciona ese nombre con una calle del Ensanche capitalino. Tuve conocimiento de éste doctor por un buen amigo que, tras una conversación amigable, me dijo que tenía un libro de este médico, el cual trabajó casi toda su vida en la República Democrática del Congo. Cuando dijo Congo me saltaron las alarmas interiores y no tardé ni un minuto en pedirle que me lo prestara.
Lo leí con calma, como no queriendo perderme ni una sola coma, intentando asimilar cada uno de los detalles ocultos entre sus líneas. Me sorprendió conocer la vida del Dr. Sanz Gadea, los esfuerzos que hizo en su época universitaria, descubrir el compromiso de su misión y vocación con los enfermos más pobres del mundo; misión relacionada con la promesa que hizo ante el cadáver de su padre muerto por el cansancio y el agotamiento de una vida entregada a su familia. Sí, el padre del Dr. Sanz Gadea, natural de Valdeconejos (Cuencas Mineras de Teruel), trabajó duro para facilitar que sus hijos pudieran estudiar en la universidad. Se empeñó, igual que su madre, en darles una educación esmerada, y así pudieran servir a la sociedad, a los más necesitados.
No podría decir qué es lo que más me impresionó de este libro, aunque sí me atrevo a afirmar que la vida del Dr. Sanz Gadea fue un darse a los demás para salvar a los más pobres y abandonados, allá en un rincón de África, donde sólo llegan los misioneros y los médicos que exclusivamente buscan cumplir con su trabajo de servicio a los enfermos. Iba a añadir que son médicos locos, pero no era así. Los que fueron al Congo tras la independencia de Bélgica sabían qué se iban a encontrar, hospitales desabastecidos, instalaciones desmanteladas por el populacho y los revolucionarios, despensas vacías, botiquines y quirófanos destartalados. Estos médicos recibieron la colaboración de religiosas experimentadas y con estudios en enfermería tropical y primeros auxilios -algunas de ellas terminaron su vida martirizadas-, además de paramédicos y enfermeros locales. Con ese trabajo lograron salvar a miles de personas enfermas, heridas de bala o desmembradas a machetazos.
Todo esto lo narró nuestro paisano el Dr. Joaquín Sanz Gadea, con un lenguaje claro y sin artificio, el mismo que le enseñó su madre durante la guerra, una maestra excepcional que supo inculcar también el valor e importancia de la lectura, de la escritura y del servicio a los más necesitados.