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El arte de la moda El arte de la moda
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Asunción Vicente

Cuando un humano comenzó a recortar y adaptar las pieles de animales con las que cubría su cuerpo, nació la moda. Desde niña siempre me he sentido vinculada a las telas y complementos, que llamaban mi atención y me hacían soñar con bellísimos vestidos de hadas y princesas. Así soñábamos los niños de mi generación. Luego descubrí que la moda, ese proceso creativo intenso y difícil, es producto de una gran formación cultural y artística. No cabe duda de que la moda es un arte.

Quizás, cuando ahora hacemos cambio de armario de temporada, saliendo en busca de algo distinto que siga las tendencias, no pensamos en ese proceso creativo detrás de las prendas que escogemos.

La moda es una expresión artística cargada de creatividad, que combina diseño y composición visual, igual que en una pintura o escultura, el diseñador de moda trabaja con el color, la forma, la textura y el equilibrio. Con la moda se expresan ideas, emociones, incluso posturas sociales, algunos vestidos son auténticas piezas de museo donde se diluyen las líneas entre arte y vestimenta, piezas que no están pensadas para usarse, sino para ser expuestas como obras de arte.

El arte ha sido inspiración para grandes creadores. La obra de Monet inspiró a Dior, Elsa Schiaparelli buceó en el surrealismo de Dalí, Yves Saint Laurent trasladó a Mondrian a sus diseños, creando formas icónicas y el arte contemporáneo se hace presente en Louis Vuitton. Existe una colaboración directa entre moda y artistas, el arte como impulsor de la narrativa y simbolismo de la moda. El cuerpo es el lienzo y la pasarela el escenario, a veces con formas imposibles que son reflejo del tiempo y momento cultural.

Si repasamos la historia de los grandes creadores de moda, hay que comenzar con Worth, en el siglo XIX, en pleno romanticismo considerado el padre de la alta costura, al que siguieron Poiret, eliminador del molesto corsé. Más tarde, en pleno siglo XX surgen otras figuras: Coco Chanel, realiza una trasformación del vestir llevándolo a formas simples, elegantes y funcionales, dando libertad al cuerpo, plasmando una nueva mujer independiente. Dior devuelve la feminidad a la mujer tras la segunda guerra mundial, proponiendo figuras de silueta marcada y cinturas estrechas, Cardin apuesta por formas geométricas y futuristas del vestido, Versace es opulento, colorista y sensual, McQueen mezcla la belleza, el arte y la tecnología, mientras Giorgio Armani se vuelca en un estilo universal y perdurable, cargado de elegancia y minimalismo.

Pero si hay una figura importante y respetada en la historia de la moda por todos, es Cristóbal Balenciaga. Nacido en Guetaria, aprendió de su madre modista todos los secretos del arte de la costura, a los que unió su gran talento creativo. Fue maestro de grandes diseñadores, de él aprendieron, Givenchy, Dior, Chanel y muchos más. Balenciaga, expresó su arte mediante una arquitectura minuciosa del vestido, creando formas innovadoras, imponiendo nuevas siluetas: línea tonel, vestido saco, falda globo o abrigo cocoon.

Cristian Dior decía del maestro Balenciaga, que era como un gran director de orquesta, el único que podía dibujar, cortar, montar y coser un vestido de principio a fin. El modisto debía ser un arquitecto de los patrones, un escultor de las formas, un pintor para el color, un músico para la armonía y un filósofo para el sentido de la medida. Todas las artes al servicio de la costura. Todo tan bello, como desmesurado.

Balenciaga se inspiró en el arte creando un arte nuevo. Zurbarán fue uno de sus referentes. Cuando contemplamos la obra de Francisco de Zurbarán, es inevitable fijarnos en los ropajes con los que viste a sus santas, ángeles y frailes, en la gama de colores brillantes que usa y logra así, que podamos identificar el tipo de tejido por las texturas en el lienzo. Viste a Santa Casilda, en seda coral y brocados grises orlados de piñas, envolviendo su espalda con voluminosos lazos de tafetán crujiente y llena de perlas con cadenas de pedrería a Isabel de Portugal, espléndida en tafetán verde. Convierte a Santa Justa y Rufina en auténticas damas, con vestidos bordados de oro y plata, jugando con la moda del barroco, que tanto gusta al creador de Guetaria. Pero no solo son las sedas la inspiración del modisto, también los hábitos de frailes a los que Zurbarán imprimió la pesada caída de las telas tendrán su importancia en los diseños, unos hábitos que lucen todos los matices de blanco imaginables, con toques rosados, azulados, dorados y grises. Balenciaga toma todos estos elementos volcando en sus creaciones esos volúmenes, pliegues, lazos y colores, en sus tafetanes y rasos, tratando las telas como lo haría un gran arquitecto; buscando telas exquisitas e inventando nuevos tejidos, de la misma forma que un pintor busca nuevas texturas y colores.

Es cierto que son pocos los que pueden gozar estas maravillas, pero no por eso, hay que dejar de darle a la moda su gran valor como aportación artística. Si bien, nuestra forma de vestir ha pasado a ser funcional y cómoda, es cierto, que se vuelve uniforme, producida en serie, carente de interés y de esta manera deja de formar parte del individuo como expresión de su personalidad, volviéndose de usar y tirar. Pocas son las piezas que pasan de generación en generación, conservadas en los hogares como tesoros, nos sentimos ante algo que ya no perdura y pierde su importancia.

Hoy se viste para las ocasiones y en acontecimientos familiares; hemos dejado de llevar un vestido considerándonos el soporte de una creación artística. Se puede pensar que este es un tema mundano, sin interés, pero no deberíamos olvidar que los vestidos, sus formas, tejidos como la seda, el gazar, el lino, el terciopelo, los brocados y encajes, conservan entre sus hilos la magia de una sensualidad que es eterna y nos hace más felices.