

Querido lector: adoro a las personas mayores. Me dan paz y me generan un sentimiento de ternura, gratitud y admiración a partes iguales (con sus excepciones, claro está, pues quien no ha sido buena persona no puede pretender que las canas o las señales del paso del tiempo en su piel le otorguen el estatus de anciano venerable).
Son, para mí, referentes a quienes me gusta acudir. Los años los han hecho sabios, con independencia de sus currículos, porque tienen el título que les otorga el bagaje de la vida. Tienen claro, ya cerca del final de sus vidas, lo que realmente importa y debemos escucharlos para que nos lo recuerden de vez en cuando, actuando como una especie de brújula que nos ayude a no perder el norte.
Ellos suelen proporcionar sabios consejos y relativizan situaciones que nos causan un tremendo desasosiego, porque ya pasaron por ahí o vieron a otros pasar. Con una mirada sosegada te tranquilizan señalando que pasará, todo pasará. O tirarán de refranero popular para recordarnos que no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo aguante.
Es mucho lo que ellos pueden aportarnos, pero requieren de nuestra ayuda. Necesitan un báculo para acompañar su vejez y esto debe hacerse con un respeto reverencial.
Por eso, los vídeos virales en los que jóvenes aparecen vejándolos me provocan una repulsión infinita y debería despertar todas las alarmas en nuestra sociedad en la que el edadismo no deberían tener nunca cabida. Es paradójico, y refleja una ignorancia supina, que alguien pueda exteriorizar desprecio por aquello a lo que aspira a llegar.
La falta de empatía para con los más vulnerables retrata a quien la ejerce y dibuja un escenario perverso del que es mejor estar alejado.
Se atribuye a Cicerón una frase con la que quiero terminar esta columna: "La vejez, especialmente una vejez honrada, tiene tanta autoridad que ésta tiene más valor que todos los placeres de la juventud".
¡Hasta la próxima columna, querido adulto responsable!
Son, para mí, referentes a quienes me gusta acudir. Los años los han hecho sabios, con independencia de sus currículos, porque tienen el título que les otorga el bagaje de la vida. Tienen claro, ya cerca del final de sus vidas, lo que realmente importa y debemos escucharlos para que nos lo recuerden de vez en cuando, actuando como una especie de brújula que nos ayude a no perder el norte.
Ellos suelen proporcionar sabios consejos y relativizan situaciones que nos causan un tremendo desasosiego, porque ya pasaron por ahí o vieron a otros pasar. Con una mirada sosegada te tranquilizan señalando que pasará, todo pasará. O tirarán de refranero popular para recordarnos que no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo aguante.
Es mucho lo que ellos pueden aportarnos, pero requieren de nuestra ayuda. Necesitan un báculo para acompañar su vejez y esto debe hacerse con un respeto reverencial.
Por eso, los vídeos virales en los que jóvenes aparecen vejándolos me provocan una repulsión infinita y debería despertar todas las alarmas en nuestra sociedad en la que el edadismo no deberían tener nunca cabida. Es paradójico, y refleja una ignorancia supina, que alguien pueda exteriorizar desprecio por aquello a lo que aspira a llegar.
La falta de empatía para con los más vulnerables retrata a quien la ejerce y dibuja un escenario perverso del que es mejor estar alejado.
Se atribuye a Cicerón una frase con la que quiero terminar esta columna: "La vejez, especialmente una vejez honrada, tiene tanta autoridad que ésta tiene más valor que todos los placeres de la juventud".
¡Hasta la próxima columna, querido adulto responsable!