

Me parece mentira tener que hacer una afirmación como esta, pero el centro de Teruel ya no es un lugar seguro. No me había pasado nunca. Tener miedo de cruzar ciertas calles y plazas a determinadas horas. Pero es en lo que nos estamos convirtiendo. Una ciudad de extraños, donde los mayores tienen miedo de sufrir un tirón de bolso, los padres van a recoger a sus hijas adolescentes con un toque de queda impuesto y en el que los comerciantes tienen que estar ojo avizor ante algún que otro personaje que cruza la puerta de su establecimiento.
No pasa en toda la ciudad, ojo. Es un problema del centro histórico que se ha vaciado de vecinos para dar paso a una especie de barrio multicultural en el que lo extraño es cruzarse con alguien de los de toda la vida. La estampa de la plaza del Torico, un día cualquiera, ha cambiado radicalmente. Además de los obligados a trabajar en la zona, uno sólo se topa con bancos llenos de gente que mata las horas mirando un móvil; es habitual toparse personas con túnicas aunque estemos a bajo cero y con algunos adolescentes que, luciendo zapatillas de marca y cortes de pelo dignos de un presidiario, miran desafiantes a todos los que osan a cruzarse en su camino.
La degradación tiene un epicentro claro y no hay que esconderlo: la plaza de la Judería. Me decía un vecino el otro día que “ahora que por fin nos habíamos librado del ruido de la zona, entre los chavales armando escándalo todas las noches y un bar latino que abre todos los días como si fuera Nochevieja, no hay manera de vivir aquí”. Me confesaba otra hostelera de la zona que “todos los días hay peleas” y que “casi todas las noches acaba viniendo la policía” porque las trifulcas son constantes. No hace falta que les recuerde que esta semana un menor del piso tutelado que tantos dolores de cabeza está generando a todo el mundo resultaba herido por arma blanca.
Es el segundo chaval acuchillado en pocos meses. Y habrá más. No es alarmismo, es estadística. Pero casi nadie lo quiere ver porque importa más el buenismo a defender a los pocos vecinos que aún resisten. Eso por no hablar de los pisos de la Cruz Roja. Es la anti-lotería que te pongan uno en el edificio. Porque si bien es cierto que no hay casos conocidos de delincuencia, el trasiego de gente a cualquier hora del día -y de la noche- perturba la paz de todo el vecindario. Pero claro, son sus costumbres.
Al final, nadie quiere decirlo, pero mucha de esa gente que no tiene nada que hacer en todo el santo día, que vive esperando a que le llegue la paguita de final de mes y que parece tener más derechos que el resto de ciudadanos no aporta nada bueno a la convivencia. Y el centro se sigue vaciando de vecinos y llenándose de turistas que pernoctan sólo los fines de semana y se marchan; y de gente de fuera que o no quiere o no puede permitirse irse a vivir a otro lado. Sólo hay que pasearse por las calles de la zona durante el día. Les prometo que se sentirán a kilómetros de nuestro amado Teruel.
Sinceramente, no sé cuál es la solución a este problema. Porque la mano dura tampoco sirve de nada. Aunque lo que tengo claro es que mirar hacia otro lado es, además de un acto de cobardía, una dejación de funciones de nuestros políticos. Lo que pasa es que ahora están más ocupados intentando defender o echar (según el color) al impresentable de Pedro Sánchez que peleándose por evitar la degradación de nuestra ciudad.
El centro de Teruel cada vez está más lejos para los turolenses. O tomamos medidas contundentes de forma urgente o tendremos un precioso casco histórico patrimonio de la humanidad que nadie querrá pisar.