

Querido lector: En el Imperio Romano, los ciudadanos acudían al circo para entretenerse viendo cómo se decidía sobre la vida o muerte de otras personas. Se divertían con escenas de crueldad extrema.
Podríamos pensar que son cosas del pasado y que la humanidad evoluciona. Pero el mal también avanza, y quienes disfrutan con él, ejerciéndolo o visualizándolo, han encontrado nuevos canales.
En la actualidad, existe una investigación abierta en Francia en relación con la muerte en directo de un streamer, que contaba con más de 500.000 seguidores, y que se grababa siendo sometido a toda clase de vejaciones.
Podrían debatirse muchas cuestiones al respecto, como, por ejemplo, la capacidad de las personas de prestar consentimiento para que se les someta a este tipo de humillaciones. Hoy, sin embargo, quiero reflexionar sobre la audiencia de estos contenidos que, tristemente, está compuesta por millones de personas; entre ellas, miles de menores.
Estamos preocupados por toda la violencia viral a la que pueden estar expuestos los menores. Igualmente, debería inquietarnos que desarrollen tolerancia a ella, porque ya se acostumbren a convivir con estos contenidos. Pero pensar que pueden estar disfrutando con escenas como la que hemos referido de Francia son palabras mayores.
La mera idea de que les pueda parecer gracioso que se aliente, mediante recompensas, a personas para que se dejen humillar es del todo insoportable y urge adoptar medidas para evitar que esto pueda pasar.
Si observásemos, en el espacio físico, a un menor disfrutando del dolor ajeno se despertarían todas nuestras alarmas. Pues no debería ser distinto en el entorno online. Pero para eso es necesario que los adultos seamos conscientes de que ese contenido existe y es fácilmente accesible.
¡Hasta la próxima columna, querido adulto responsable!