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El consumo de cannabis: la droga ilegal más consumida El consumo de cannabis: la droga ilegal más consumida

El consumo de cannabis: la droga ilegal más consumida

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Por Jessica Esteban Arenas

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. Hoy dedicamos este espacio para tratar una de las drogas ilegales con mayor prevalencia de consumo en nuestro país: el cannabis.

Si echamos la vista atrás y hacemos memoria, seguramente reconozcamos a alguien de nuestro entorno diciendo alguna de las siguientes afirmaciones: “Los porros son inofensivos para la salud, son un producto natural”; “el consumo de cannabis puede controlarse ya que no produce adicción”; “la marihuana no puede provocar enfermedades mentales”; “no pasa nada por fumarte un porro para dormir por la noche”, y un largo etcétera.

La planta del cannabis contiene más de cuatrocientas sustancias químicas, varias de las cuales son psicoactivas (la más psicoactiva de todas es el THC - tetrahidrocannabinol), esto significa que actúan a nivel químico en el organismo alterando la actividad del Sistema Nervioso Central. Es un depresor del SNC, lo quiere decir que ralentiza su actividad natural. La marihuana (“hierba”) y el hachís (“resina” o “chocolate”) son formas de presentación en las que no vamos a entrar en detalles. Habitualmente el cannabis se consume de manera fumada, mezclada con tabaco, o directamente mediante vaporizadores.

Nuestro cerebro tiene receptores cannabinoides en diferentes zonas que se encargan de regular respuestas fisiológicas corporales como el dolor, el sueño, la memoria, el apetito o el estado de ánimo. De manera natural el cerebro genera sustancias específicas que se unen a esos receptores. Lo que sucede, es que el THC también se une a esos receptores y por tanto actúa sobre esas mismas respuestas. Por ejemplo, no es sorprendente que el principal efecto negativo del THC sobre la actividad mental sea la inhibición de la formación de recuerdos (hipocampo). Esto es algo que se ha experimentado con ratas de laboratorio: cuando se les ha dado THC a las ratas, se han visto déficits, no en la capacidad de recordar información previamente aprendida, sino en la capacidad de almacenar recuerdos nuevos. El mismo resultado que en ratas con el hipocampo dañado.

Al ser una sustancia depresora, sus efectos iniciales resultan ligeramente estimulantes y euforizantes, para pasar a inducir estados de relajación física y mental. Provoca una disminución del nivel de tensión y de dolor, aumenta la sensación de hambre y reduce y enlentece el movimiento motor. En muchos de los casos, sobre todo entre la población adolescente y joven, puede facilitar la interacción con el grupo de iguales. A todo esto, se le añaden las experiencias subjetivas de cada persona. Para la mayoría de los consumidores ocasionales el efecto es intelectualmente interesante, “interesante” en el sentido de lo que muchas personas llaman “ampliación de la percepción sensorial y la creatividad”. Por esta razón, personas del mundo de la pintura, el cine o la música han reconocido su consumo.

Los efectos de esta droga son bien conocidos cuando se refiere a corto plazo. El problema es que en pocas ocasiones escuchamos hablar de la letra pequeña, es decir, de los efectos a largo plazo que tiene el consumo de esta sustancia. Uno de ellos es que el cerebro de una persona que consume de manera prolongada se acostumbra a la presencia de la droga y entonces automáticamente reduce la producción de las sustancias naturales. Además, esos receptores se van volviendo cada vez menos sensibles, lo que significa que la persona necesitará más cantidad de cannabis para obtener el mismo efecto (tolerancia). Por esa razón, el cannabis es una droga que tiene potencial adictivo. Llegados a este punto en el que los porros forman parte del día a día, la vida de la persona gira alrededor de la sustancia: aparece más somnolencia, más apatía, más dificultades de concentración, menos energía y motivación, y más desconexión del mundo interno y de lo que le rodea. Muchas de las personas con un consumo problemático de THC empezaron el consumo buscando un alivio rápido al estrés y ansiedad del día a día, sin saber que el consumo a largo plazo desequilibraría su sistema nervioso y aumentaría su ansiedad basal. Por ejemplo, en el caso de Diego, esto significa que empezó a fumarse un porro por la noche antes de dormir para estar más relajado y calmar la ansiedad después de un día duro de trabajo, y después de un tiempo en esta dinámica, ha terminado siendo mucho más sensible al estrés y la ansiedad aun cuando no está fumando.

Si bien no ocurre en todos los casos, algunas variantes de cannabis pueden facilitar la aparición de síntomas psicóticos en personas con predisposición genética a ellos, especialmente este riesgo aumenta cuanta mayor frecuencia de consumo, mayor potencia del cannabis utilizado y cuanto más temprano es el consumo. De igual manera, otro fenómeno que puede aparecer en personas con un consumo crónico es el síndrome amotivacional, el cual se caracteriza por apatía, disminución significativa en la motivación, deseo y capacidad para llevar a cabo tareas, fijar objetivos o sentir placer en actividades que antes disfrutaban.

Cuando una persona deja de consumir y el THC desaparece, el cerebro tiene que volver a regularse sin su ayuda, lo que provoca síntomas de abstinencia (dificultad para dormir, ansiedad y nerviosismo, irritabilidad y cambios en el humor o apetito, entre otros).

A todos estos datos, añadimos otro que incrementa el nivel de preocupación: las últimas investigaciones indican que el cannabis es la droga con mayor prevalencia de consumo en España en la población de 15 a 64 años. En 2024, el 43,7% reconoció haber consumido cannabis alguna vez en la vida, continuando así con la tendencia creciente iniciada en 2013 y alcanzando en el último año el valor máximo de la serie histórica (ESTUDES, 2024). Igualmente, también es la sustancia psicoactiva ilegal con mayor prevalencia de consumo entre los estudiantes de 14 a 18 años (EDADES, 2023), siendo la edad media de inicio los 15 años.

Pero ¿por qué pese a los efectos adversos que tiene el consumo de cannabis para la salud, sigue siendo la droga ilegal más consumida? Algunas de las razones que podrían explicar esto son la facilidad de acceso de la población a la sustancia; el bajo coste económico; la baja percepción de riesgo; el elevado grado de aceptación social (en algunos países es legal) y permisividad; la falta de conocimiento sobre los efectos; los mitos extendidos sobre su inocuidad.

Entonces ¿hay algo qué podríamos hacer para reducir esta elevada tendencia? La respuesta es un rotundo SÍ. Partimos de la base de que la psicoeducación sobre las drogas, en general, es muy escasa desde los centros educativos, las familias, los medios de comunicación, etc. El mensaje que generalmente se lanza es “¡Drogarse es malo, no lo hagas!”, desde la prohibición y el intento arbitrario de convencer sobre la necesidad de adoptar un estilo de vida impuesto desde arriba o desde fuera. Son necesarios los programas de prevención basados en la evidencia científica, teniendo como enfoque principal el prevenir el consumo de sustancias psicoactivas entre los adolescentes y jóvenes y concienciar sobre el impacto que tienen en la salud, aun cuando estos consumos se realicen de forma esporádica. Asimismo, que vayan dirigidos a impulsar una cultura de ocio saludable, incrementar la percepción del riesgo, y disminuir los factores de riesgo a la vez que incrementar los de protección.