

Me precio de ser amigo de David Alandete y de Miguel González. El uno, corresponsal en Washington de ABC y Cope. El otro, un magnífico periodista en El País. Los admiro a ambos por su trayectoria y su rectitud a la hora de dar informaciones que los demás habitualmente ni olemos. Por eso me duele tanto ver la pugna pública entre ambos, derivada de algo que ni a uno ni a otro les compete: ¿por qué diablos salen dos miembros del Gobierno a criticar a Alandete por haber osado preguntar a Trump en la Casa Blanca sobre las relaciones entre España y los Estados Unidos tras los ataques del presidente norteamericano al Gobierno español por no cumplir el diktat de Washington de gastar el 5 por ciento del PIB en armamento?
Primero: ¿quién es Trump para imponer a los aliados atlánticos la cuantía que han de gastar para fortalecer a una OTAN que es ya su, de él, OTAN? Me parece altamente pertinente que un periodista español, Alandete en este caso, con una envidiable capacidad de entrar en la Casa Blanca, pregunte al todopoderoso amo del mundo (o eso se cree él) por las patentemente malas relaciones con el Gobierno español. Un tema que interesa y mucho a la opinión pública, y en el que nos va no poco a los españoles. Yo, obviamente, hubiese preguntado lo mismo, y no solamente una vez, al tornadizo Trump, que un día dice a Pedro Sánchez que está haciendo una magnífica labor y al siguiente le amenaza con un castigo ejemplar por su mala conducta. De locos, obviamente.
Segundo: ¿quiénes son los ministros de Transportes y de Defensa, Óscar Puente y Margarita Robles respectivamente, para afear a un periodista que cumpla con su obligación de preguntar lo que es obvio que tenía que preguntar? Yo, si hubiese podido y hubiese tenido la magnífica oportunidad de Alandete, hubiese interrogado sobre lo mismo al hombre del pelo naranja y las ideas negras. Más valdría que los dos ministros –me ha extrañado en Robles, nada en Puente- recordasen aquello de que noticia es todo aquello que alguien no quiere que se publique; lo demás es publicidad, alumbrado por lord Northcliffe hace ya más de un siglo. Temo que este Gobierno, tan dado a derrochar en una publicidad perfectamente inútil, pretende que tan solo se publique lo que a él le gustaría.
Tercero: lamento muchísimo este rifirrafe entre dos enormes profesionales. Y creo sinceramente que Miguel González se ha equivocado, animado sin duda por alguna de sus fuentes castrenses, en su misil contra el colega de ABC. Hay viejas rivalidades profesionales que nunca deberían ser azuzadas en público, resquemores que los periodistas, tantas veces maltratados en nuestras propias redacciones, deberíamos guardar en nuestro almario para dirigirnos contra el enemigo común. Que es quien, diciendo velar por la libertad de expresión, quiere coartarla; quien, asegurando ser transparente, se oculta tras la desinformación y la mentira; quien, al amparo de su poder, husmea en las vidas privadas de sus rivales políticos en busca de dossieres arrojadizos; quien difunde bulos y fake news como si fueran liebres sueltas por el campo.
Se equivocó Alandete disparando sus dardos contra otro amigo, Javier Fortes, que se atrevió a decir lo que le parecía bien sobre TVE en el periódico El País; faltaría más que ahora los profesionales no pudiésemos expresarnos dónde y cómo queramos (o podamos). Se inició una guerra entre dos bandos. Y, a partir de ahí, todo ha sido un disparate, que nos desacredita como ejercientes del agrado derecho de transmitir y ordenar la información que reciben los ciudadanos. Un oficio en el que tanto Alandete como Miguel González son maestros reconocidos. No lo estropeéis.