Síguenos

Por David Sáez

(Se necesita personaje

que apacigüe soledades)

 

Condiciones de contratación:

 

La candidata ideal se presentará de improviso, ya imaginada y curtida en mil rechazos.

Rebosante de verbo, envuelta en adjetivos, temblorosa de destino.

La quiero a tiempo completo, para que atropelle mis silencios, ande a mi lado cada mañana y me apacigüe el futuro en las noches de desvelo.

Yo prometo respetar su derecho a fracaso propio, pesares inconfesos y despechos anclados. Dispondrá de agua, oxígeno y comida a su antojo. Todo de cartón piedra, pero abundante. Si en algún momento el guion se nos pone exigente, habrá de pasar el hambre y la sed oportunos, aunque las probabilidades de morir de carestía en mis delirios son ínfimas.

No hay sueldo, ni deuda moral, ni préstamo que amortizar (por dinero, no es)

Se garantizan atención y mutua dependencia infinitas: la pensaré con afán obsesivo, la cubriré de verdad, le prestaré mi sangre y bordaré de sutilezas los pliegues de su voluntad. Le brindaré un tiempo perenne y un espacio de papel.

La aspirante se compromete a enturbiar mi lucidez y empañar de presencia mis abrazos vacíos. Derramará sobre la tinta y sin pudor, su infancia y su miedo a crecer, su certidumbre y su zozobra, el cuerpo, la luz y la sombra de sus pasos.

Todo a fondo perdido y sin titubeos.

Me ocuparé personalmente de administrar su olvido y frustrar sus sueños, ella siempre podrá culparme de sus aciertos.

El azar, el caos, la imponderable ventura, corren de mi cuenta:

Si llueve, si llovió, si ojalá que llueva, si maldita lluvia, holgarán plegarias y ofrendas. En este universo, soy yo quien entrelaza las constelaciones, pone y quita las nubes, atenúa el sol, desata tormentas y amaina tempestades; yo proclamo la guerra y desvío la bala; reparto las cartas, adultero las normas, establezco el desorden y disipo la bruma.

Soy un todopoderoso de turno, un demiurgo de Hacendado, cruel y compasivo a partes iguales, que trastabillará su prosperidad al ritmo de mis tropiezos, pagará con ella mi desesperanza, volcará en su caminar los rescoldos del porvenir que no fue.

Avisado queda.

A cambio, ofrezco libre albedrío y una travesía impresa y pulcra, elevada al infinito y dividida por mí. Disfrutará de una existencia quebradiza y aparentemente tangible, hipotecada a un talento intermitente, a mis vaivenes de ánimo, a la fatiga de respirar. Para evitar decepciones y quejas postreras, se advierte que el final más previsible es perdurar, si acaso, entre retales de un disco duro anticuado, a medias de nacer, con todo por morir.

Emprenderemos juntos, piel de la piel, un camino inverso:

Yo renunciaré al mundo, por no asumir que el mundo renunció, hace siglos, a mí.

Me ocultaré entre sus traumas y sentiré su emoción, incluso antes que ella. Seré un voyeur de confianza, un creador torpe y caprichoso que a veces dictará sentencia y otras pedirá consejo. A fuerza de encadenar palabras, terminaré amarrado a su vida para no perder, definitivamente, la mía.

Plan de trabajo:

Tal vez ella redacte un diario.

O enviará cartas en sobres lacrados.

O tecleará textos de WhatsApp, a medio parir, con palabras mutiladas por la K, engalanados con emocioncitas amarillas y sevillanas airosas.

O habitará un manuscrito anónimo hallado entre las cenizas, o surcará el océano de otro siglo dentro de una botella, o volará, altiva, sobre la tercera persona de un narrador omnisciente, impertinente y presuntuoso.

O seré yo quien hable en su primera persona, o mentirá ella a través de mi inocencia.

O vete tú a saber.

Será difícil discernir quien inventa y quién confiesa. Cuando escriba yo, respirará ella, cuando yo navegue a la deriva, ella naufragará.

Me odiará, la amaré, viceversa y vuelta a empezar.

Emolumentos, dietas y quimeras:

Cada noche, entraremos ambos, en tu alcoba.

Sin estar, sin derecho a ver, ni a besar, ni a ser amados. Viviremos, sin embargo, a través de tus ojos. Tú te alojarás en nuestras tribulaciones, a media pensión, con vistas adentro. Oxímoron al viento, pleonasmo a toda vela, sentirás de vez en cuando el beso frío de un adverbio, una caricia de adjetivo, el fuego callado del verbo.

Y, en el lapso de tiempo que sostiene el suspiro de tus párpados, justo antes de dormir, temblarán tus neuronas con la brisa de nuestra letra.

Los tres: ella, tú y yo, seremos en ti.

La dibujarás con tu trazo, oirás el color de su voz y matizarás el tono de sus palabras. Yo la modelaré con arena, tú forjarás su cuerpo y sus ademanes, su caminar taciturno, su silencio pensativo.

Yo jugaré a dirigir el viento, tú a perfilar el horizonte.

Conspiraremos, los tres, para coser una trama que enlace nuestras vidas, y, si todo marcha bien, confundirás su deseo con tu despecho, mi afán con tu abandono, tu esperanza con mi soledad.

La ansiedad por pasar de página bosquejará el nudo de vuestras noches, y, a fuerza de enmarañarlo, quizás aquel otro nudo que desde hace meses me atenaza el aire, afloje y me deje, al fin, descansar.

Caminaremos hacia un desenlace incierto, aturdido por la posibilidad infinita. Lo firmaré yo, lo dictará ella, lo entenderás tú.

Al final, si todo transcurre milagrosamente bien, nos devolverás a tu estantería, nos prestarás a tu amiga, nos devolverás a la biblioteca.

Tal vez nos recuerdes, tal vez te olvidemos.

Yo regresaré al desamparo del folio en blanco, a la tristeza de la cumbre vencida.

A la vergüenza y el miedo del impostor, que teme ser, finalmente, descubierto en su impostura.

Ella se desvanecerá, hasta nueva vida.

Yo me desnudaré ante el espejo, prendido de abandono, anhelante de existir.

Cesaré en mis cargos.

Cesará la música y callará la partitura.

No habrá piano, ni pianista, ni musa, ni intérprete, solamente yo.

Sediento, siempre, de tu mirada.