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Por Rosa Montolío Catalán

A cámara lenta / rodeo tu cuerpo con mis manos / y beso tus párpados y tus labios / beso, beso. / Palmo a palmo / voy midiendo tu piel con mis manos / tus ojos, tus músculos / y percibo en ellos tu deseo / beso, beso /. Oía Carmen al entrar en el bar El Rincón del Sabor donde comía cada día. Echó una mirada a la pantalla y un grupo de música de salsa bailaba y cantaba sensualmente una canción desconocida. Continuó, se aproximó a una mesa y se sentó.

- ¿Una caña?

Era muy tarde, tenía hambre. Había estado acabando unos papeles en la Asesoría GEO Hernán Consulting, cerca del Óvalo, donde trabajaba, y se le había echado el tiempo encima. Cuando llegó al Rincón ya había mesas libres, ¡uf!, había llegado, ‹‹la cocina cerrará en unos minutos››. Sentada ya, entró un hombre al que dijeron lo mismo, y que ocupó otra mesa detrás. Su figura se reflejaba en un espejo que Carmen tenía delante, ‹‹¡vaya músculos!››.

El bar, discreto y concurrido, situado en una calle no céntrica de Teruel, estaba bien decorado, era cálido, con sillas y mesas de madera, con un gran espejo en la pared de un lado, con cuatro cuadros abstractos, y un olor a ambientador Hojas de Bosque, lo convertían en un bar con un toque sensorial y especial. Su calidad: estupenda, y su precio: asequible para cualquier bolsillo; era un buen punto para recargar pilas y regresar al trabajo. Siempre comía allí, era su segunda cocina. Pidió un menú: ‹‹ensalada de la casa, pollo en salsa y fresas con nata››, leyó los mensajes del móvil, alzó la mirada y se fijó en el hombre a través del espejo de la pared, ‹‹es guapo, bueno… guapo, guapo, no es, va bien vestido, eso sí, será como yo, unos cuarenta y tantos››. Se había quitado la chaqueta y marcaba músculo, ‹‹¡qué bueno está!››. Le entró calor. Su mirada escrutadora se concentró en un tattoo-cruz que llevaba en la mano, al estilo de Sergio Ramos, ‹‹¿irá tatuado entero?, seguro que no, me gustaría verlo desnudo››. Le entró más calor. Volvió a sus manos. Grandes, parecían cuidadas; pasó a los labios, carnosos, para imaginar morbosamente su lengua, y de nuevo escuchó la música de la pantalla: ‹‹Oh-oh-oh-oh / disfruto mirarte / cada movimiento / un vicio que tengo››, pero ¡qué bueno está! Uhmmm, si me lo pudiera comer… Uhmmm, seguro que está… Uhmmm. Volvió a su cara, sus facciones varoniles, sus ojos negros, profundos, su pecho musculado, su bíceps desarrollado, y sus manos, otra vez sus manos.

-Aquí tiene, señora. ¡Buen provecho!

Al mirar la ensalada, le llamó poderosamente la atención un grueso espárrago en primer plano que yacía en medio del plato, rodeado de tomate, lechuga, huevo duro, y los demás ingredientes de la casa. Después, miró el pollo, con su zanahoria, su pimiento verde, su cebollita, su tomatito (gordo), sus ajitos, su puerro, y qué sabor, ah y el jamón (que allí siempre le ponían jamón). ‹‹La Grande Bouffe››, y empezó a comer. En unos segundos Carmen vio como el hombre empezaba también. Al llegar al pollo, algo de salsa cayó en su dedo, y Carmen se lo metió a la boca y lo chupo, lo chupo, lo chupo, ‹‹¡qué rico!, ¡uhmmm!, ¡uhmmm!››. Miró al espejo y de repente recordó la noche anterior cuando, agobiada por el calor y tendida entre las sábanas boca arriba, sus dedos habían recorrido su desnudo, acariciando sus pechos, tocando en círculo sus pezones oscuros, haciendo lazos por su vientre hasta posarlos sobre su monte de Venus y acariciar su punto G, suavemente, suaaavemente, suaaaaavemente, explotando con la máxima intensidad en un delirio de placer y de gozo. Y ahora estaba allí, pero no estaba sola, reflejado en el espejo estaba el hombre musculado, aquel tio mazas, que estaba tan bueno. Empezó a sentirse húmeda.

Con una sonrisa, reflexionó: ‹‹Pero, ¿qué te pasa, Carmen?, ¡ya!, es verano, calor, música, cuerpos desnudos, un hombre como ese, ¡uhm!››. Era la mezcla exquisita de color, de atracción, de seducción. Miró al espejo.

-El postre, señora.

Una copa grande de fresas con nata apareció delante. ‹‹¡Qué pinta tiene!››. Miró con detenimiento la fresa que coronaba la copa regada con un poquito de nata, acercó su lengua y la pasó por encima. Cogió una cucharada de nata y la lamió. ‹‹Uhmmm, ¡qué bueno está esto!››. Carmen siguió cogiendo cucharadas de la copa y saboreando con su boca esa mezcla exquisita de fresas y nata, lamía, chupaba y penetraba de nuevo la cuchara hasta el fondo de la copa para seguir de nuevo deleitándose con aquel inesperado placer, ‹‹uhmmm, ¡delicioso!››. Lamió otra cucharada de nata, y otra, y otra, y su mirada se dirigió al reflejo del espejo donde la lengua del hombre lamía despacio la nata. ‹‹Siento que la nata soy yo››, y siguió lamiendo su cuchara y sintiendo dos lenguas que se unían en una. El espejo le devolvía al tio mazas, compartiendo las fresas, y sobre todo aquella nata, dulce y cremosa, que la transportaba. Era Carmen, entregándose al placer, en un bar, frente a un espejo, a la hora de comer. Sentía la lengua del hombre succionando sus labios, lamiendo sus pómulos, recorriendo el vello de su cara, mojando su cuello y acariciando sus lóbulos. Estaba feliz contemplando al hombre del espejo. Al mirarlo coincidieron sus ojos, sus ojos se lo decían todo. De repente, se imaginó sobre él, sentada en su regazo, moviéndose rítmicamente, sintiendo su respiración, y saboreando anhelante las fresas con nata de aquella sabrosa copa, ‹‹¡¡¡uhm, uhmmm, uhmmmmm!!!››. Su cuerpo, desbocado, la llevaba sin remedio a un fuerte estremecimiento interior, alcanzando un clímax mágico que no podía detener, lamiendo y disfrutando de forma especial con las fresas y la nata. Y, con un gran deleite, un grito ahogado se dibujó en su mente.

Ya más tranquila, casi riendo, se regañó, ‹‹pero… Carmen››. Volvió al espejo, esta vez recorrió el espacio de las mesas, y descubrió algo: casi escondida y parapetada en la última mesa había un comensal, una mujer, que por la expresión expectante de su cara se había enterado de todo. Carmen dedujo que no se había perdido nada. Se levantó, pagó y salió. Había sido una comida muy sabrosa, pensó mojándose los labios con la lengua, y se dirigió tranquilamente hacia el Óvalo.