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El aroma de la hierba humedecida por el Guadalope aún entra por las ventanas… Las luces están ya apagadas y el silencio se ha adueñado de todo el espacio lanzando su grito amargo. Desde un rincón del comedor, en la trágica e inquietante nocturnidad, contemplo el que fue mi hogar. ¿Cuánta tristeza cabe en cada metro cuadrado? Dentro de estas cuatro paredes, solo quedan lágrimas silenciosas y una tácita aceptación.

A 100 metros, entre los gigantescos árboles ancianos de La Glorieta, el agua de la fuente corre fugaz por sus 72 caños. Las lluvias, la nieve, las tormentas, alimentan el manantial enorme que hay bajo la tierra. El parque muestra una exuberancia inusual, con plantas esbeltas y atractivas flores.

-Ahora está mucho más caliente que entonces y tendrías que haber visto cómo manaba hace unos días. Mamá… me acordé mucho de ti-.  

-¡No, no! No habría soportado más dolor, no quiero saber nada de ese lugar- exclamó tajante la progenitora. Pero la curiosidad acabó ganando el duelo. -¿Qué recuerdas de 1938?- dijo la mujer con voz intangible.

- Poco mamá. He querido olvidar. Cuando la vida escapa a la razón, la mente tiene su propio mecanismo para borrarlo todo. Recuerdo el dolor de estómago, el hambre, las lágrimas de papá cuando dos extraños lo sacaron de casa, hasta el hecho de que nuestra vecina dejara de saludarnos. Así nos acostumbramos a vivir, y ya nadie era amigo, porque estábamos en la Guerra. Una guerra por esa misma libertad que ahora parece ser un pecado. Soldados improvisados, odio al de al lado porque era del otro bando. No recuerdo qué era ser bueno o malo.

-Pero lo insoportable -continuó- es revivir la tarde en que paseábamos juntas bajo los gigantescos árboles ancianos.  Yo tenía siete años y tu no volviste a casa. Nunca entendiste la Guerra. Me decías que ninguna creencia o ideal valían la vida de una sola persona. Pero eso no te salvó. La metralla atravesó tu cabeza. No fuiste la única, los gemidos y los lamentos se extendieron como una fulminante epidemia, soldados que se refrescaban en la fuente, pandillas de muchachos que jugaban a la sombra, mujeres lavando la vajilla a la orilla del río, parejas despertando al amor… fue una carnicería. Todo acabó allí, con el bombardeo.

-Yo no pude conocer a tus hijos, pero tú si tuviste nietos, ¿Les contaste a ellos lo que pasó?- preguntó la madre.

-Sí y no lo creían. La inocencia de un niño no comprende el horror. Ni por qué la vida de un pueblo vale tan poco. Ni siquiera entienden cómo pudimos hacer caso a los de arriba. ¡Si no los conocíamos! Y míranos, vendiendo nuestra alma para que otros llegaran al poder mientras nosotros acabábamos en la miseria. Mis nietos no entienden el miedo a que se acabe la comida, el frío en la habitación de dormir, el sonido de la sirena alertando de las bombas que perfora el oído y revuelve el estómago. No comprenden que alguien encomiende a otro matar a un ser humano y se entiendan, cómplices, solo con la mirada.Y yo les decía que sí, que en este mundo nuestros derechos son lo primero que tenemos que defender, porque en cualquier crisis y cualquier hombre puede querer arrebatarnos la dignidad, el tiempo y la vida, lo más valioso de una persona-

-¿Quieres saber algo más, mamá? Me siento cansada. La vida me ha agotado, no he podido olvidar los nombres de las víctimas, sus rostros de pánico ni su mirada incierta pidiendo ayuda aquella tarde del 4 de marzo de 1938. No puedo más. El insomnio me ha asaltado tantas noches… aquellos ojos, aquella incredulidad, aquel desastre existencial me ha perseguido. Ahora quiero dormir-.

-Es lo que debes hacer, hija-.

-¡Espera! Oigo a mis hijos, siento que me cogen de las manos. Debo irme a preparar la cena para mis nietos, me están esperando, me echarán en falta. ¡Suéltame!

-No, ahora tienes que venir conmigo y dejar que el resto te recuerde y rememore tus historias. Es tarde, estás cansada.  Estos días has estado durmiendo en el hospital, los médicos ya no pueden hacer más por ti y tu familia está extenuada de tanto esperar un milagro. He venido porque tú también te quieres ir. Dicen que en nuestro último momento, la mente siempre nos lleva al lugar que nos marcó. Fue en La Glorieta donde tu infancia se partió. Deja el camino, es el presente el que desempolvará tus recuerdos.