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Drenthe Drenthe
EFE/Marcial Guillén

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Juan Corellano

Drenthe es futbolista, esa es la noticia. Sin el ex delante ni asteriscos que conduzcan a una aclaratoria letra pequeña. Desprovisto ya, desde hace años, de sus tan características trenzas, pero todavía con las botas puestas. Solo tiene 33 años, pero uno no puede evitar llevarse la sorpresa al volver a verlo vestido de corto, recordando de golpe la olvidada existencia de uno de esos futbolistas que pudo ser y no fue. 

”Mi viaje a Murcia es totalmente espiritual”, afirmaba el holandés en una entrevista en El País publicada este fin de semana. Con esta marciana peregrinación en la que el paparajote hace las veces de cuerpo de cristo se refiere a su reciente fichaje por el Racing de Murcia, equipo de tercera división en el que milita desde enero. 

“¿Por qué no voy a aceptar la oportunidad de jugar en una ciudad donde siempre hay sol, donde la gente es tan amable, donde hay frutas y verduras frescas?”, decía en la entrevista el Royston más mundano, el que después de haber jugado para el Real Madrid se conforma con una ciudad que tenga un sistema de refrigeración adaptado al siglo en el que vivimos. 

Porque habrá quienes lo hayan olvidado, pero en su día Drenthe fue uno de esos tantos muchachos a los que el fútbol les prometió ser futuras estrellas. Y luego todo quedó en eso, promesas. Músico en sus ratos libres, salidor y padre de siete hijos con cuatro mujeres distintas, en su caso el no haber alcanzado el estrellato siempre se achacó a su facineroso estilo de vida. 

Sin embargo, cachondeo aparte, él niega en la entrevista este lugar común que se instauró sobre su persona en España. Habla con la notable madurez que le ha dado el tiempo sobre tantas otras cosas que influyeron en su errática carrera y que tan pocas veces se tienen en cuenta, desde problemas personales hasta el imposible de gestionar la impulsividad de esos jóvenes futbolistas que se despiertan millonarios siendo todavía niños.  

Pero, sobre todo, en esa charla Drenthe se muestra en todo momento satisfecho con su vida actual y su trayectoria, asegurando que no cambiaría nada en ese camino. Con la conciencia absolutamente tranquila pese a ser aquella promesa futbolística incumplida. Pues, al fin y al cabo, no tiene por qué cumplir algo que jamás prometió.