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El miedo El miedo
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Raquel Fuertes
¿Es posible querer demasiado? ¿Cuidar demasiado? Tal vez estén pensando en relaciones tóxicas, en personas controladoras, dominantes, celosas o absorbentes. Pero salgan de ese entorno de relaciones románticas y piensen en relaciones entre padres e hijos.

Es cierto, también hay sobreprotección, mimos exagerados o padres que lo permiten todo para que su retoño no se frustre ni se estrese. 

Pero en situaciones de absoluta aparente normalidad, cuando pasan cosas, ¿qué debe hacer un padre? ¿Obsesionarse con el problema de su hijo? ¿Dejar que lo resuelva solo? ¿Mirar a otro lado? Pues cuando llega el problema la mayoría de padres quieren demasiado, cuidan demasiado y prefieren que los problemas sean abordados por exceso antes que por defecto. 

Y es que, como me decían hoy en una inesperada y maravillosa conversación, tener hijos es conocer el miedo. En una dimensión absoluta. 

Cualquiera cambiaría los problemas de sus hijos y se los echaría a la espalda antes que verlos sufrir. Y, al final, siempre queda la sensación de que podría haberlo hecho mejor, que podría haber hecho más. ¿O no? O quizás había que intervenir menos. Dejar que las cosas pasarán. Que lo solucionaran solos.

¿Dónde está la línea entre dejarles libertad e independencia también en los malos momentos o intervenir? Como siempre en las relaciones, no hay una sola respuesta correcta. Pero cuando una madre ve llorar a su hijo sin consuelo. Cuando un padre ve que su hija se pierde en el abismo de una mente enferma. Cuando las drogas ya no son algo social y experimental sino una condena. Cuando la enfermedad deja de ser una amenaza y se convierte en realidad. Cuando un corazón se rompe…

Todos esos problemas en las carnes de un hijo se convierten en la máxima expresión del miedo para quien lo ha criado y amado incondicionalmente. Todo lo demás se puede relativizar, pero eso, no. Duele, pesa, quema, escuece. Aterroriza. Y uno piensa que con los años irá a menos cuando en realidad va a más. Sobre todo cuando se envejece y el final se ve más cercano. Uno no puede dejar de pensar en quién le querrá demasiado entonces. ¿Se puede querer demasiado?