Síguenos
El Museo El Museo
© MBAV Noli me tangere, atribuido a Damián Forment

banner click 236 banner 236
Juan Cañada

Este último fin de semana ha sido uno de los más intensos de los que llevamos de año. El viernes asistí a unas jornadas formativas muy cerca de Valencia en las que participé. Fueron casi tres días de reuniones, conferencias, mesas redondas y también algún rato libre que me sirvió para intercambiar impresiones con muchos de los participantes. Como iba muy bien de tiempo salí de Teruel tempranito, aproveché para charlar con un buen amigo en Rubielos de Mora, y después fui a visitar el Museo de Bellas Artes de Valencia. Fue una visita espectacular en la que quedé encandilado con las colecciones expuestas.

Reconozco que no soy un buen anfitrión en los museos, soy de los que van despacio, descubriendo detalles, intentado comparar estilos y obras, admirando y recreándome en cada pieza expuesta. En ocasiones retrocedo y vuelvo a detenerme en algunos de los cuadros ya vistos, por eso mis visitas son lentas, muy lentas. Generalmente a mis amigos no les invito a acompañarme, no quiero que sufran, y tampoco quiero que me obliguen a agilizar el paso. Ellos lo pasarían mal y yo también.

Recuerdo que visitando el Museo Goya de Zaragoza los encargados de seguridad quedaron sorprendidos por mis idas y venidas. Llegaron a intercambiar mensajes por los aparatos de comunicación pues les parecía sospechosa mi actitud bastante inusual. Como llegué a deducir que estaban hablando entre ellos de mí, pregunté a uno sobre lo que ocurría. La respuesta me dejó un poco perplejo, ya que estaban acostumbrados a los visitantes que entran como salen, como si fuera un desfile o una feria.

En el de Bellas Artes de Valencia reconozco que fueron casi seis horas de admiración, sorpresa y también un poco de remordimiento… Con lo cerca que tenemos Valencia y no haber visitado este magnífico museo hasta ahora. Remordimiento y además un propósito que espero que se cumpla pronto, y es terminar de verlo con más detalle y visitar la exposición temporal, a la que no pude entrar por lo tarde que se hizo.

Cuando llevaba cuatro o cinco horas me acordé de Stendhal, del que ya he hablado en otros artículos. Este buen amigo es famoso por el síndrome que lleva su nombre, el cual produce palpitaciones, sudores, escalofríos, arrebatamientos, admiración mientras se contempla una obra de arte. A Stendhal lo tuvieron que ingresar en el hospital tras visitar la basílica de la Santa Cruz de Florencia.

A mí no me ocurrió algo así mientras visitaba el Museo de Bellas Artes de Valencia, aunque en otras ocasiones sí he sentido algo parecido. Sin embargo reconozco que en varios momentos estuve pensando que me iba a desmayar y que tendrían que llamar a los servicios de urgencias para llevarme al hospital, como a Stendhal, aunque la razón fue más prosaica. Ese día había desayunado muy temprano y no mucho, así que a eso de las cinco o las seis de la tarde, entre la emoción y la falta de fuerzas, casi estuve a punto de desvanecerme. Me reí un poco de mí mismo, y deseé que no cayera de bruces ante un Sorolla o un Tiziano. Ya me imaginé que algún gracioso hubiera descrito el Síndrome de Cañada, no tanto por el sobresalto ante la belleza, como por ir a los museos sin un buen café.