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El valor de una sonrisa El valor de una sonrisa
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Juan Cañada

Hace unas semanas, un amigo me contó una historia de un conocido suyo que me conmovió profundamente. Por lo visto, llevaba una temporada con mucho estrés por varios problemas en el trabajo; terminaba las jornadas muy cansado y con fuertes dolores de cabeza. Una mañana, mientras intentaba organizar la puesta en marcha de la familia, acabó irritado por la falta de cooperación de los hijos pequeños. El hijo mayor, que estaba a punto de salir con su mochila hacia la universidad, al verlo tan alterado, le propuso que el partido de fútbol que iban a emitir por televisión esa noche lo vieran juntos. Lo hizo como una muestra de confianza y, sobre todo, de cariño. Podía haber visto el partido en cualquier bar con sus amigos mientras bebían unos refrescos, pero no: quería verlo con su padre, que era quien más lo necesitaba.

Al padre le encantó la propuesta y respondió con un sonoro “sí” y una sonrisa de oreja a oreja. Estaba orgulloso de su hijo; se notaba que el muchacho había percibido la tensión del padre, y compartir un tiempo, un espacio y unos refrescos —aunque fuera viendo un partido de fútbol— era una manera de ayudarle a descansar. Lleno de orgullo, salió de casa dispuesto a comenzar la jornada con la satisfacción de quien se sabe apoyado y querido por su familia.

Con esa sonrisa gozosa, se dirigió a la estación de tren de cercanías para ir al trabajo. Nada más acceder al andén, observó que una muchacha de unos dieciséis años se le quedó mirando fijamente: tez blanca, ojos hundidos, una mueca de tristeza en los labios y un semblante desgarbado. Cuando llegó el tren, subieron todos los pasajeros, y la muchacha se colocó cerca de él. En un momento dado, empezó a llorar mientras lo tomaba del brazo. Estupefacto, este amigo le preguntó qué le ocurría.

Cuando el tren llegó a destino la muchacha seguía agarrada a su brazo, llorando desconsoladamente. El buen hombre le preguntó si podía ayudarla en algo. Un poco más tranquila, ella le contó que llevaba una temporada muy mala, que se sentía bloqueada y sin ganas de vivir. De hecho, había estado dispuesta a arrojarse a la vía cuando pasara el tren que acababan de tomar. Pero al ver su sonrisa y el gesto de satisfacción, pensó que si aquel desconocido podía ser feliz, si podía lucir una sonrisa sincera que transmitía paz y alegría, ella también sería capaz de conseguirlo. Por eso se aferró a él como si fuera el salvador de su existencia. Sin duda fue un sembrador inconsciente de paz y de alegría.

Tras unos minutos de conversación, la muchacha se fue tranquila a casa de sus padres, con la intención de afrontar los problemas que la atormentaban y de romper con todo aquello que le robaba la paz y que no lograba alcanzar. Este buen hombre se quedó pensando en el valor y la importancia de una sonrisa, incluso cuando se ofrece a desconocidos de modo inconsciente. Y todo, tras recibir la invitación de un hijo a ver juntos un partido de fútbol en televisión, con un refresco y unos frutos secos.