

Querido lector: El otro día, en el trayecto de autobús de vuelta a casa, escuché a un grupo de adolescentes hablar sobre una noticia relativa a violencia de género. Y tengo que reconocer que, si bien me encanta ver cómo los más jóvenes debaten y muestran preocupación por temas como éste, en ese caso me consternó escuchar, de una de las chicas del grupo, la siguiente frase: “son todos iguales, esto no tiene solución, cada vez les tengo más asco”. Enseguida, otra pasajera, que entendí que era su hermana, saltaba y decía que no se podía generalizar “porque, por ejemplo, papá no es así".
Aprendo mucho de las reflexiones de los más jóvenes, así que me dio mucha rabia tener que bajarme en mi parada. Escucharlos es clave para entender hacia dónde nos dirigimos como sociedad. Y creo no vamos a buen puerto si no hemos entendido que:
Los hombres no son malos, hay hombres malos.
Los hombres no son violadores, hay hombres que violan.
Los hombres no son asesinos, hay hombres que asesinan.
Los hombres no son maltratadores, hay hombres que maltratan.
Los hombres no son machistas, hay hombres machistas.
Entre los hombres buenos están, por ejemplo, aquellos que, con su profesión, persiguen a todos los que no lo son. Y resulta tremendamente injusto intentar estigmatizar a todos aquellos que jamás han cometido ni cometerán estos actos tan viles y que, además, condenan con vehemencia a quienes los cometen.
Urge seguir trabajando para que no se perpetren más actos violentos contra las mujeres, sin que cunda la sensación, entre los más jóvenes, de que esto no tiene solución porque “todos son iguales”. No lo son. Ni siquiera los hombres que dañan a las mujeres son todos iguales, ni mucho menos.
Hace tiempo que se reclama, desde distintos ámbitos, la necesidad de estudiar al maltratador si queremos poder desarrollar políticas de prevención adecuadas, que nada tienen que ver con la generalización del problema.
¡Hasta la próxima columna, querido adulto responsable!