Síguenos
En la esquina En la esquina
EFE

banner click 236 banner 236
Raquel Fuertes
Leía hoy que los novios de las hijas hay que colocarlos en las esquinas de las fotos por si luego hay ruptura. Así se puede salvar la instantánea recortando a los ex llegado el caso (da mucha rabia perder una buena foto “sólo” porque aparezca en ella alguien con quien ya no te llevas). Esa estrategia ha seguido Pedro en la foto de la OTAN. Soy tan ingenua que había pensado que lo habían dejado marginado los otros, pero luego he visto cómo se iba colocando a la entrada y a la salida y no: ha sido premeditado, aunque no por ello procedente u oportuno.

Esta relación amor-odio que mantenemos con la OTAN desde los 80 (“OTAN no, bases fuera” resuena aún en los recuerdos de un par de generaciones) cuando como pueblo dimos un vuelco a las encuestas (antes de Tezanos) y accedimos a permanecer en la alianza defensiva en los coletazos de la Guerra Fría. Dijimos sí en el 86, evitando salir de la Alianza Atlántica, y, junto con la entrada en la CEE en el mismo año, dejamos atrás el aislamiento histórico entrando en los clubs internacionales y pasando a formar parte del primer mundo, como nos corresponde por historia, geopolítica y PIB (o eso quiero creer).

Nadie quiere una guerra. Gastar dinero en armas cuando hay tantas necesidades sociales sin cubrir parece un despropósito insolidario. Es mucho más popular (y bueno) gastar dinero en escuelas que en ejércitos. Pero nuestro frágil equilibrio internacional requiere de sacrificios que impidan un mal mayor. Así lo entendemos muchos que nos definiríamos como pacifistas, pero parece que el Gobierno “progresista” (entrecomillo porque para mí no lo es) no puede permitirse cerrar acuerdos internacionales sin romper los frágiles vínculos internos entre socios y así ha dado la vuelta al mundo la fotografía en la que los líderes del mundo aparecen unidos con nuestro presidente en la esquina.

El 2,2%, el 5%... cualquier porcentaje de nuestra riqueza dedicado a contener la posibilidad de guerra suena a demasiado. Pero gobernar es complejo. Y uno no gobierna para quien le ha votado o para quien le mantiene en el poder. Gobierna para todo un país que espera estar en las mejores manos cuando las situaciones se complican.