Síguenos
Espectadores Espectadores
banner click 236 banner 236
Juan Vicente Yago

Hay una relación inversa, un esto por aquéllo, una explicación para la fiebre del entretenimiento que consume a la ciudadanía. Cuanto más perezosos nos volvemos, cuanto mayor es nuestra desidia existencial, cuanto más nos engulle la desgana, más voraz es la esquina enfermiza de nuestro fisgoneo.

Buscamos en la serie de turno, en el protagonista de ficción, en el personaje imaginado el despliegue de actividad al que ya no estamos dispuestos.

La holgazanería creciente nos conduce a vivir en otros, a buscar aventuras que no requieran esfuerzo ni comporten riesgo.

La identificación con la figura cinematográfica, con el figurón teatral, con el fantoche del tablado ha ido más allá de cierto punto crítico, se ha desbocado porque nuestro egoísmo -áuriga pésimo- lleva las riendas. Nos encontramos en plena exageración del vivir lo ajeno, del cambiar nuestra vida real por una falsa, virtual y hologramoide. La comodidad, el apoltronamiento físico e intelectual han obrado el prodigio.

Nos gusta ver cómo se mueven los otros porque nos disgusta nuestro propio movimiento; y este movimiento de los otros lo preferimos tan paroxístico, tan trepidante como escaso queremos que sea el nuestro.

No nos dejemos embaucar por el ardor viajero, por el prurito gastronómico y el desespero de terraza y garito que nos domina: esta clase de actividad forma parte de nuestra inactividad; es un estilo agitado del dolce far niente, una pátina de acción que sobreponemos a la enorme abulia en que nos asfixiamos.

Pero lo cierto, lo apodíctico es que nos hemos convertido en espectadores; que a fuerza de mirar el brujuleo, la ilusión, la inquietud, el sobresalto, el pensamiento, la tristeza y la felicidad en otros hemos acabado por acostumbrarnos a nuestro parapeto de observación; que preferimos las hazañas contempladas a las vividas; que viendo moverse a otros hemos descubierto una manera de gozar el movimiento sin experimentar sus incomodidades anejas.

Por eso hay cada vez menos héroes entre nosotros: van pasando rápida e insensiblemente al imaginario común, al extenso egido que nos hemos dejado abrir en las afueras de la realidad. La indolencia, la holgazanería, la galbana maldita es el motivo de que nos hayamos aficionado a ver agitarse a los demás. En el fondo siempre lo ha sido, sólo que ahora, con tanta posibilidad audiovisual, el fenómeno se ha exacerbado.