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Estrellas y cimientos Estrellas y cimientos

Estrellas y cimientos

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Javier Silvestre

Cada vez que me subo al AVE con destino a Huesca (normalmente para ir a Zaragoza) me invade una sensación de envidia insana. El tren que cogí este viernes para ir a las Fiestas del Pilar no iba especialmente lleno de gente y fueron muy pocos los que continuaron más allá de la estación de Delicias. A medida se alejaba el viejo tren de alta velocidad, reubicado a la línea aragonesa tras 30 años volando hasta Sevilla, me preguntaba por qué unos sí y otros no.

"Es poco rentable", "no lo usará la gente", "hay otras formas de llegar", "no vertebra el territorio y aísla a los pueblos pequeños"… Los argumentos esgrimidos durante décadas por partidos de uno y otro color se agolpaban en mi cabeza. Y ahora, además, resulta que la falta de un tren en condiciones nos dejará fuera (otra vez) de la pugna por conseguir una sede estatal de relevancia (más allá de un museo o cualquier otra migaja con la que han intentado comprar voluntades en el pasado).

Recuerdo cuando, de pequeño, ir a Valencia o a Zaragoza era jugarse la vida entre camiones en el Ragudo o no poder adelantar durante toda la subida a Paniza. Mi mayor ilusión era tener una carretera de esas que sólo veía en verano, cuando bajábamos a la playa, en la que era casi imposible marearse.

Tuvieron que pasar 25 años para que la A-23 fuese una realidad en su totalidad (los valencianos habían acabado su tramo con un lustro de antelación).

Y ahora, esa vía que atraviesa nuestra enorme provincia se ha convertido en una vía vital para el transporte de mercancías, el turismo y generar riqueza en nuestra tierra.

Como todo, ha habido ventas y bares de carretera que han sucumbido a estos cambios de trazados (y de hábitos). Otros han sabido y podido adaptarse. Pero es innegable que absolutamente todos hemos salido ganando: en tiempo, en seguridad y en riqueza. Es algo que siguen esperando nuestros hermanos del Bajo Aragón, que cuentan los metros para poder llegar a Zaragoza sin atravesar el sinuoso trazado urbano de Híjar o que sueñan con comerciar con el Mediterráneo en un tiempo razonable. Y no me digan que no sería un sueño poder ver las Casas Colgadas conquenses sin arriesgar la vida en una nacional que todo el mundo evita por su peligrosidad pasado Cañete.

Si aún queda todo eso por hacer, ¿cómo puedo esperar ver, algún día, un tren en Atocha con destino Teruel? Ni siquiera espero que sea un AVE. Con que llegase sin transbordos mal planificados y en un tiempo con cierta competitividad, seríamos muchos los que dejaríamos el coche en el garaje para venir a casa en tren. Y que nadie dude que serían muchos más los que vendrían a visitarnos. E incluso a trabajar. O quién sabe si alguien se plantease invertir en nuestra tierra tras barajar las ventajas fiscales de instalarse en nuestra provincia.

Me consta que a ciertas regiones no les interesa articular una vía ferroviaria rápida que comunique Zaragoza con Valencia. Porque la A-23 les ha hecho ver que no hay que pasar por sus condados para hacer negocio y no dudan en boicotear, una y otra vez, cualquier intento de que Aragón, y más concretamente nuestra provincia, sea vía de paso de una riqueza que quieren sólo para ellos. Pero las infraestructuras tienen que ser una prioridad para nuestros representantes si no quieren que pasemos de la España Vaciada a la España Muerta. Incluso para el que decide teletrabajar en un idílico pueblo turolense enganchado a la wifi le interesa poder moverse con rapidez por el territorio real. Así que peleense por lo que realmente importa ahora. Estamos cegados mirando a las estrellas y olvidamos cimentar la tierra que pisamos.