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No les engañen No les engañen

No les engañen

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Javier Silvestre

Han sido varias las personas que se han puesto en contacto conmigo a lo largo de la última semana para pedirme ayuda: “Que no se olviden de nosotros”, me decían como si tuviese yo algún tipo de poder más allá de esta columna de opinión. No se trataba tan sólo de afectados por el derrumbe de la calle de San Francisco, también me escribieron algunos vecinos de la zona que llevan sin pegar ojo desde hace 12 días. La cosa no es para menos después de varios días con reventones de agua, inundaciones de garajes, más lluvias torrenciales, grietas de dos metros en mitad de un rellano y nuevos desalojos que, afortunadamente, han quedado en un susto.

Una vez -casi- resuelto el realojo de los que se han quedado sin casa o no pueden regresar a las suyas hay que gestionar algo mucho más complicado: el miedo. Y este punto requiere de un compromiso inquebrantable por parte del Ayuntamiento. El resto de vecinos de la calle de San Fran Francisco necesitan información constante de lo que se está haciendo. No necesitan promesas electorales, sino hechos. Hay que ponerse a trabajar desde ya en evaluar si puede haber otros edificios con problemas y si el terreno es inestable. Pero hay que hacerlo sin demora. No podemos excusarnos en la semana de Ferias, ni en la Vaquilla, ni en el verano que acabamos de estrenar.

Ese georradar tiene que estar aquí trabajando desde ya. No puede quedar ni un sólo edificio sin revisar por técnicos municipales (a ser posible, que sean competentes). Y si hace falta contratar empresas privadas, no les haga duelo sacar la chequera consistorial, que para algo estamos todo el día pagando impuestos y tasas. Además, todos los informes que se hagan tienen que estar a disposición de los ciudadanos para que la psicosis no se apodere de los vecinos y, lo más importante, para prevenir posibles futuras catástrofes.

“De lo del Torico, ya no se acuerda nadie”, me decía una afectada por el derrumbe… Yo le decía que no es lo mismo. Que aquí hay 23 familias que han perdido su casa y ocho más que también han tenido que ser realojadas. Quien más, quien menos conoce a algún afectado y eso no se olvida fácilmente. Pero tampoco quería engañarle y le explicaba que va a ser muy difícil que nadie les regale una casa nueva allí donde la perdieron hace dos semanas. Es la dura realidad y cuantos antes la asimilen mejor.

El proceso al que se enfrentan ahora será muy largo. El desescombro durará meses. Después, entrarán en un laberinto legal y burocrático para saber quién o quiénes son los responsables. Informes, contrainformes y más tiempo. Si se determina que hay algún culpable de que se desplomase el edificio (que no tiene por qué haberlo a ojos de la Justicia) tocaría determinar quién paga los pilares rotos y, aún más sangrante, cuánto vale lo que se ha venido abajo. Y les doy una pista de la cifra final: una miseria. Legalmente, una auténtica miseria.

Entre pitos y flautas habrán pasado años antes de que los afectados puedan recibir alguna compensación por el derrumbe de sus viviendas (eso.. si la consiguen). Mientras, recibirán ayudas puntuales de las administraciones, pero esas limosnas también se acabarán en un momento dado. Ellos mismos no querrán seguir viviendo en pisos de acogida y tendrán que empezar de cero. Es duro pero real: el sistema teje una red de seguridad para amortiguar el primer golpe, pero a partir de ahí cada una de las familias afectadas tendrá que salir a flote por sus propios medios.

Por eso, por lo injusto de la tragedia, hay que evitar que pueda repetirse. Para que no haya vidas en juego (que es lo que no tiene precio alguno) y también para evitar arruinar a los que ven cómo, junto a sus casas, se viene abajo todo lo que tenían. Tengan por seguro de que nadie olvidará lo que pasó el martes 13 de junio en la calle de San Francisco, pero comiencen a aceptar que nadie, absolutamente nadie, reemplazará lo que se ha venido abajo. La historia reciente está llena de ejemplos similares así que, por favor… que no les engañen.