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‘No me chilles, que no te veo’ ‘No me chilles, que no te veo’

‘No me chilles, que no te veo’

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Javier Silvestre

Seguro que recuerdan esta divertida película de finales de los 80 protagonizada por Richard Pryor y Gene Wilder en la que un hombre invidente y otro sordo unían esfuerzos para demostrar que no eran los autores de un asesinato. Es uno de esos largometrajes que merece la pena volver a ver 30 años después. Un cine sin caros efectos especiales pero divertidos giros de guión que les garantizará una hora y media de risas y algunas carcajadas.

Lo digo mientras en la televisión estoy viendo hoy la enésima película en la que una especie de máquina alienígena trata de destruir a la humanidad mientras los despreocupados terrícolas intentamos echarnos la siesta. Siempre me ha encantado el cine apocalíptico pero desde hace unos años el género se ha devaluado de forma alarmante.

La culpa la tiene, en primer lugar, la informática. Sí, están leyendo bien. Parte de la responsabilidad es del abaratamiento del uso de los efectos especiales en estos telefilmes de bajo presupuesto. Ya no hace falta contratar un helicóptero, ni hacer explotar un bidón lleno de gasolina, ni destruir una maqueta de Manhattan. Ahora todo es virtual, si me apuran hasta los actores (eso por no hablar de los guiones).

La industria de este tipo de cine-catastrofista ha creído, erróneamente, que cuantos más efectos especiales tenga una película, más nos gustará. Pero se equivocan. Porque al final, una superproducción de Hollywood o un serial para dormir la siesta tienen que contar una historia. Y es precisamente esto lo que más se está descuidando desde hace años.

Hemos pasado de las películas de terror real, como La profecía (1976) en la que el espectador se echa a temblar desde que suenan los sobrecogedores acordes del Ave Satani, a largometrajes que se limitan a provocar infartos mediante sustos sin ningún tipo de valor argumental. 

Eso por no hablar de los magistrales Tiburón e incluso Piraña (de la cual aún me acuerdo cuando me doy un chapuzón en el Arquillo) que nos han marcado a generaciones. Este año, con todo el drama del no-verano, ni tan siquiera las han programado en horario estelar tal y como suele hacerse siempre para estas fechas con la intención de animar a los que se quedan la ciudad sin poder ver el mar durante el 15 de agosto.

En vez de eso, nos ofrecen langostas de fuego radiactivo que asesinan a adolescentes en un campamento de Oklahoma o meteoritos de hielo que llenan el planeta de arácnidos alienígenas indestructibles. Y aunque a mí estos argumentos -por muy hiperbólicos que sean- me pueden llegar a interesar, luego veo que todo es de cartón piedra y demasiado facilón. El low cost del cinemascope, vaya. 

Pero les confesaré un secreto: he descubierto que los chinos tienen su propio Hollywood. Y que en esta Guerra Fría que viven con Estados Unidos desde hace años, se han puesto a hacer películas de ciencia ficción y les dan mil vueltas a los estadounidenses. Eso sí, repiten los mismos clichés americanos pero barriendo para casa. Bandera china, salvadores del mundo, la patria por encima del resto, etc. Aunque como mínimo, si hay que volar un bidón de gasolina, a estos chinos no les tiembla el pulso y hacen saltar por los aires toda una refinería. 

Sea como sea, tiren de cine durante estos días que para película de terror con guión elaborado ya tenemos nuestro día a día. Y los efectos especiales son, por desgracia, muy reales.