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Raíces Raíces
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Javier Silvestre

Al final, no hay nada como volver a casa. Si uno lo hace cuando cumple años, la experiencia es doblemente reconfortante. Alejarse del día a día y dejarse querer por la familia, hacer una barbacoa con los amigos, brindar en un bar como si lo hubieses hecho la semana pasada… Todo eso es Teruel para muchos de los que estamos fuera.

Teruel es el hogar, es paz, es reencuentro. Es ver al compañero del instituto al que le perdiste la pista, es familia cercana y lejana, es coger capazos cada tres minutos y que tus padres te presenten, por enésima vez, a sus amistades. Es repasar los que ya no están, criticar lo mal que estamos aquí y lo poco que le importa a los de fuera.

Es pagar una ronda y sorprenderte de lo barato que es vivir aquí. Es aprovechar para comprarte algo de ropa en Ferrán y para darte un homenaje en Muñoz. Es añorar la zona de antaño y acabar en el Chely bailando temas imposibles que sólo suenan aquí ya.

Quizás por eso, cuando uno lleva tiempo fuera, cada vez le apetece venir más a reencontrarse con sus raíces. Porque en la vorágine diaria de una gran ciudad la vida carece de los momentos de sabor que te da Teruel. Tu cuarto de toda la vida con su cama de 90, el sofá de la siesta que ya tiene tu forma o una nevera siempre llena de cosas apetecibles… eso es hogar.

Venir a casa es respirar aire puro. Es abrazar a los tuyos y sentir su olor. Es discutir sobre política como si te fuera la vida en ello y acabar comiendo morro en el bar de siempre mientras firmas las paces. Es irte a tomar el vermut a la plaza de Torico y no estar sentado más de tres minutos porque conoces a todo el mundo.

Para valorar estos momentos, no hay nada como estar fuera y volver a casa cada equis tiempo. Estando aquí de forma indefinida, la cosa es diferente. Por eso volver es un balón de oxígeno para coger fuerzas. Porque nada cambia, o al menos, esa es la sensación que le da al ausente. Y esa quietud es estabilidad en un mundo cambiante que se lleva por delante la vida, mes a mes y año a año.

Supongo que si mi yo adolescente que sólo pensaba en huir de Teruel leyese esto, negaría que fuese algo escrito por él mismo tres décadas más tarde. Pero las raíces son eso, raíces.

Nos aferran a lo que somos. Nos nutren. Nos dan estabilidad cuando llega la tormenta.Y nuestras raíces no son ni mejores, ni peores que las de cualquier otro… pero son las más importantes que tenemos.

Así que disfruten de sus raíces si las tienen a mano a diario. O exprímanlas al máximo cada vez que vuelvan a casa. Porque nunca se sabe cuando la vida nos las puede arrancar de cuajo.