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Sed un poco masoquistas Sed un poco masoquistas

Sed un poco masoquistas

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Javier Silvestre

Decían en la antigua Roma: Quod licet Iovi, non licet bovi. La traducción aproximada vendría a ser algo parecido a esto: “Lo que es lícito para Júpiter, no es lícito para todos”. Se trata de una expresión que hace referencia a la doble moral y que, veinte siglos después, sigue siendo perfectamente aplicable a nuestra sociedad.

España puede, reza el último mantra ideado por los expertos en márketing de Moncloa. Son los mismos que empapelaron nuestra cuarentena con Este virus lo paramos unidos y que nos dejaron reconquistar las calles bajo la premisa de que Salimos más fuertes. Los tres comparten una premisa complicada de ver a primera vista pero que está ahí: nos otorga la condición de “víctimas”.

Somos una sociedad infantilizada que adolece de una falta de responsabilidad absoluta. Después de mis cuatro semanas de confinamiento en casa (por cierto, mucho más duro que el anterior anímicamente) sólo veo culpables que van de víctimas. Gente que se ha saltado todas las normas durante sus vacaciones en la playa, pero que ahora se queja de haber enfermado;  padres que llevan todo el verano dejando que sus hijos se revuelquen por todas partes, pero que ahora claman contra la inseguridad de la vuelta al cole; gobernantes que nos han animado a darnos -y darse- un respiro vacacional, pero que ahora nos culpan de lo mal que lo hemos hecho.

Lo dicho: lo que es lícito para Júpiter, no es lícito para todos. Ponemos el grito en el cielo porque siempre somos la víctima de algo, pero nunca los responsables de nada. Quizás la persona que mejor ha expresado la situación que vivimos en pleno 2020 fue un poeta y profesor de la Universidad de Michigan llamado Joseph Brodsky, un soviético de pensamientos afilados que tuvo que exiliarse a Estados Unidos tras pasar varios años en Siberia por decir en voz alta lo que el Gobierno de Leonid Brezhnev no quería escuchar. 

Los discursos que daba cada año se convirtieron en todo un acontecimiento. Y las palabras que pronunció ante los alumnos el 18 de diciembre de 1988 tienen plena vigencia hoy en día: 

“De todas las partes de vuestro cuerpo, estad más atentos a vuestro dedo índice... porque tiene sed de culpar”, dijo en un inglés con marcado acento ruso. “No importa lo abominable que sea vuestra condición. Tratad de no culpar a nada ni a nadie: ni a la Historia, ni al Estado, ni a vuestros superiores, ni a vuestra raza, ni a vuestros padres, ni a la fase de la luna, ni a cómo fue vuestra infancia, ni a cómo aprendisteis a ir al baño… En el momento en que le echáis la culpa a algo, socaváis vuestra determinación de cambiar las cosas. Incluso se podría argumentar que ese dedo acusador oscila tan salvajemente porque nunca ha sido su prioridad cambiar nada”. 

Los asistentes escuchaban embobados sin ser conscientes de lo profético de sus palabras: “Existe toda una cultura del victimismo, que abarca desde consejeros personales hasta préstamos internacionales. Después de todo, la condición de víctima no deja de tener su dulzura. Implica compasión, confiere distinción.” Y remató diciendo: “Siempre que estéis en problemas, en algún lío o al borde de la desesperación recordad: así es la vida hablandoos en el único lenguaje que conoce. En otras palabras, tratad de ser un poco masoquistas... Sin un toque de masoquismo, el sentido de la vida no está completo.”

Menos victimismo de dioses romanos y más autocrítica de poetas rusos exiliados. Quizás este debería ser nuestro próximo eslogan: Sed un poco masoquistas.